Shiki Ando [1]

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Cerrar la puerta de mi casa y al darme vuelta verlo a él, el bonito castaño de cabello ondulado dando pasos cortos y lentos delante de mí

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Cerrar la puerta de mi casa y al darme vuelta verlo a él, el bonito castaño de cabello ondulado dando pasos cortos y lentos delante de mí.

Verlo cada mañana era una bendición, como si mi única y buena acción que hice de niña hubiera funcionado para que los dioses se apiaden de mí.

Su nuca, detallada con algunos de sus cabellos era una maravillosa vista en la mañana de cada día laborioso. Todos los días bájaba mi vista por el mismo lugar, empezando desde su cervical, bajando por el cuello de su camisa hasta sus hombros anchos. Aunque su postura encorvada lo hacía lucir intimidado por todos y todo.

Seguí bajando por sus omóplatos, vestidos con el azul de su uniforme, y su morral pasando del hombro derecho hasta su costilla izquierda. Recordando el cómo se veía durante las clases de gimnasia, con la remera blanca, un poco ajustada por no haberla cambiado durante un tiempo.

Y joder, todo su uniforme de gimnasia, esos pantalones hasta las rodillas, que me dejan ver sus piernas flacas y de un tono tan claro como el papel, con un poco de tono rosado en sus rodillas.
Sus brazos, que a veces se pueden notar algunas mordidas un poco rudas, dejando la piel roja.

Y SUS MANOS, Dios mio esas manos, sus venas de un color turquesa, y sus nudillos y articulaciones tan notorios, tan grandes, con sus dedos ni tan delgados ni tan voluminosos.

Imaginar esas bonitas muñecas atadas, con esas manos aprentando tan fuerte con sus uñas marcando las palmas de sus manos.

Mientras babeaba al pensar en su belleza estuve a punto de chocar con su espalda. Y él, al notarme, entró en pánico.

— Oh... Discúlpeme, lo siento—  Su voz efusiva y de un tono bajo lo hacía mejor, ¿así se disculparía en la cama?.

Mojé mis labios con mi lengua, tratando de concentrarme en su figura frente a mí y no en la de mis fantasías, dignas de un libro erotico bien calificado por todos esos lectores tanto experimentados como amateurs.

Mire sus ojos, que continuaban mirando a mis zapatos. Esos azules tan preciosos, con esa mirada cabizbaja, y esos labios fruncidos esperando un regaño o una queja de mi parte, por lo que pude notar, lo mostraban como alguien temeroso.

— No te preocupes—  sonreí una vez que pude acomodar unas palabras coherentes y para nada sucias en mi cabeza.

— S...sí...— se quedó en silencio, mirando a un costado, dejándome notar con más detalle su mandíbula, tan pálida como el resto de su cuerpo, y sus tendones resaltando por su posición.

Unos chupones de mi parte no le vendrían mal para estilizar un poco más su cuello.

Al notar que su manzana de Adán y el resto de su cuello se ponían rojos levanté la mirada hacia su rostro una vez más, notando el gran sonrojo en él.

Entonces carraspeó.

— Llegaremos tarde...—  dijo en un susurro apenas audible.

— ¿Vamos juntos?—  le contesté sin pensar manteniendo mi mirada en sus ojos.

Él rápidamente movió su cabeza cuál exorcista para mirarme, aún completamente rojo, sus ojos agrandados por la sorpresa y sus delgadas cejas apenas visibles por su flequillo.

Con sus labios aún fruncidos asintió rápidamente luego de analizar mis palabras.

— Bien...

Quizás esas fantasías se cumplirían más rápido de lo que esperaba.

Quizás esas fantasías se cumplirían más rápido de lo que esperaba

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