2- "¿Te tomaste las píldoras de la valentía?"

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...Uno.

Odiaba a Adelia ¿por qué me hacía eso? No era menos cierto que tenía que encarar a Leo en algún momento, pero no en ese, no estaba lista, aunque... ¿lo estaría algún día? Tal vez Adelia tuviera razón. ¡Basta de huir! Si quería que dejara de molestarme, tenía que darme mi lugar, hacer que me respetara. ¿Y que mejor manera que encarándolo?

Leo se detuvo frente a nosotras.

Tenía las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones, las mangas largas de su uniforme se encontraban remangadas hasta los codos, arrugando un poco su camisa. Su pelo estaba levemente despeinado, y le corrían unas cuantas gotas de sudor por el rostro.

Vió a su hermana por un momento, quien lo saludó con una pequeña sonrisa. Luego sus ojos azules pasaron a los míos. Su mirada profunda me provocaba más nervios de los que ya tenía.

—¿Y tú? ¿Qué haces aquí? —cuestionó. Fruncí el ceño al escucharlo. —Se supone que cuando me ves, sales corriendo como ratón asustado.

Agh.

¿Me estaba ofendiendo a la cara ese cretino?

Me mordí el interior del labio inferior, conteniendo mi enojo.  Me crucé de brazos y erguí la cabeza mirándolo a la cara. Quería que supiera —o que pensara— que su presencia no me causaba ningún tipo de inquietud, ninguna inseguridad. Claro, ojalá hubiera sido así realmente.

—¿Tomaste las píldoras de la valentía?—prosiguió.

«Bastardo imbécil. ¡Que te parta un rayo!»

—Mmm... Leo —interrumpió Adelia, captando su atención. —Dime que es lo que quieres.

Leo suspiró y frotó un poco la mano en su cabeza, desordenando aún más las hebras de su cabello castaño oscuro.

—Venía a decirte que no me esperes a la salida.

—¿Y eso por qué? ¿Otro partido después de clases?

Leo le sonrió, asintiendo la cabeza. —No regresaré tarde, solamente le daré una lección a unos críos que se creen los mejores, y me marcho a casa.

Leo tenía algo diferente de los demás, yo podría decir, que era otro espécimen de chico, un cliché poco conocido o aún sin descubrir. Era buenísimo en los deportes, pero no quería pertenecer a ningún equipo, mas bien jugaba solo cuando Axel, su mejor amigo y jefe del equipo de baloncesto le instaba a ello. También tenía pinta de ser el chico ultra popular, pero la verdad, es que solo era conocido por ser el mejor amigo de Axel. Era guapo, y digamos que se robaba el corazocito de algunas chicas, pero, bueno, tampoco es que fuera muy famoso entre ellas. Era inteligente y algo estudioso, algunas veces hasta lo había visto estudiando en uno que otro rincón solitario de la escuela, pero aún así, su talón de Aquiles, sin duda, eran las Matemáticas.

—Ok, no hay problema. Conduciré a casa —aceptó Adelia.

—Bien, nos vemos luego —dio media vuelta para marcharse en dirección al patio trasero, pero antes, me dirigió una última mirada. Acto seguido se alejó, desapareciendo entre los grupos de estudiantes que recorrían los pasillos de acá para allá.

Dejé salir todo el aire que llevaba en mis pulmones. ¡Estaba viva! ¡No me había ocurrido nada! No tenía salsa de tomate en la cabeza, ni tampoco un estúpido letrero en la espalda que dijera que mi ropa interior era de conejitos —no pregunten como lo descubrió, es humillante—.

En resumidas cuentas... ¡Estaba intacta! Ya no recordaba la última vez que habíamos estado frente a frente sin que me ocurriese algo.

Adelia me dió una palmada en la espalda, sacándome de mi pequeño trance. Se acercó a mí.

Esta vez, serás mi Conquista [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora