—Melinda Oconell —pronunció el profesor Sims en cuanto me detuve bajo el umbral de la puerta, con un tono no muy contento.
«Genial, aquí vamos otra vez»
—Otra vez vuelve a llegar tarde. Dígame, ¿cuál fué el problema esta vez? —inquirió sin despegar la vista del pizarrón.
Aunque no giré mi vista en ningún momento, sentía el peso de las miradas de todos los demás estudiantes de la clase, los cuales convertían en pequeños susurros sus cotilleos y risitas malintencionadas, opacando levemente el silencio que reinaba en el salón.
Había vuelto a llegar tarde a clases, y, como era de esperarse, colmé la paciencia del profesor Sims, que de por sí, no contaba con mucha de nacimiento. Mi cara estaba caliente de la vergüenza.
—Disculpe profesor, es solo que... —me quedé en blanco.
¿Que otra excusa podía ponerle? Ya tenía muy utilizada la de tener que llevar a mi hermana a su escuela, también la de quedarme dormida. ¿Y la típica excusa del bus retrasado o con la goma pinchada? No valía la pena intentar, todos sabían que siempre iba a la escuela en bicicleta.
—Oconell —la gruesa voz del profesor invadió mis oídos interrumpiendo así mis intentos de encontrar una excusa que funcionara para esa ocasión. Levanté un poco la cabeza para verle a los ojos—. Que sea la última vez que llega tarde a clases, porque si no, la llevaré ante el director y le pondrán una mancha en el expediente, lo cual no le convendría nada.
Me miró con severidad. Luego, sin decir nada más me indicó con la cabeza que me sentara, a la vez que tomaba un libro, una tiza y se volteaba nuevamente hacia la pizarra.
La advertencia había sido recibida y archivada en mi cerebro correctamente. Y más me valía, era de saber que el profesor Sims no vacilaba a la hora de cumplir su palabra.
Caminé lentamente y con rigidez hacia el final del salón, donde veía un puesto vacío. Mi visión no se desvió para ver a los estudiantes que me observaban, excepto para ver la cara de Leo, quien estaba sentado en los asientos del medio, y me miraba con una sonrisa burlona.
Engendro del demonio.
Por su culpa que había puesto a prueba la paciencia del profesor Sims llegando tarde a clases estas últimas semanas. El lo sabía. Todo por no tenerlo cerca, ya que, sus repentinas aproximaciones siempre producían algo malo para con mi persona. Y lo peor de todo, es que no podía hacer nada para impedirlo.
Voy a resumirles la historia:
Mi mamá, después de divorciarse de papá, consiguió empleo como sirvienta en la lujosa no, lujosisíma mansión Rivera, y, al poco tiempo, mi hermana y yo fuimos a vivir con ella. La primera vez que pisé ese lugar me sentí un poco intimidada y algo deslumbrada al ver tanto lujo, y sí, también estaba algo ilusionada por vivir en esa mansión, aunque solo tuviera acceso a la parte trasera. Para mi desgracia, esa ilusión duró muy poco, porque conocí a ese estúpido niño rico que, casi desde el primer momento en que me vio, se empeñó en amargarme la vida.
Desde el comienzo, podía haberme quejado con mi mamá al respecto, sabía que ella no dejaría las cosas así, y ese era justo el motivo por el que no le contaba nada. No nos encontrábamos en la mejor situación económica, y lo último que quería, era que empeoráramos si por alguna casualidad mamá perdía el empleo por irse a quejar con los padres de Leo.
Prefería reservarme ese problema, y solucionarlo como pudiera. Hasta el momento, lo mejor que se me había ocurrido era evitar a Leo lo más posible y tratar de no confrontarlo, a no ser que fuera inevitable, porque, también tenía miedo de que como venganza, se quejara con sus padres y, que estos, de igual forma terminaran despidiendo a mi mamá.
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Esta vez, serás mi Conquista [EN PROCESO]
Novela JuvenilEstuve apunto de gritarle una sarta de groserías cuando se acercó un poco más, su rostro descendió, quedando demasiado cerca, peligrosamente cerca. Me arrinconé y ladeé la cabeza, mirando hacia al final del pasillo. Sentía que si la volteaba para mi...