-Capítulo 2

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Candy Hernández. La chica por la que Christopher sentía muchísima atracción pero jamás se atrevió a ser su amigo.

Él muy bien sabía de su novio, y de lo bien que se veían como pareja. Christopher respetaba eso, más que nada porque se miraban muy enamorados y él no era la clase de persona que rompería una relación de años por algo de lo que no tendría certeza de durar. Así que se mantuvo al margen.

Pero cuando las cosas difíciles entre Sam y Candy se hicieron notar, él le prestó mucha atención a Candy, más de la que ya tenía.

No lo iba a ocultar. Él le coqueteaba a propósito, descaradamente ante todos sin importar nada.

Y estaba dispuesto a acercarse y hablarle con mucha confianza, pero Candy siempre dejaba en claro que tenía novio, y eso significaba que aún tenía un compromiso en el cual no iba a interferir ni porque las cosas estuviesen del carajo. No era algo que le correspondía.

Y en los últimos días, Christopher parecía muy feliz por haber hablado con Candy. Tenía la idea de que por fin podrían ser amigos, y si ella solo podía ofrecerle eso, para él estaba bien.

Christopher revisó sus redes sociales una noche antes de dormir. Y en las historias de un amigo pudo ver un video donde a simple vista parecían solo chicos jugando en la alberca, pero una vez que él notó a Sam entre la multitud con una chica que al parecer no era Candy, decidió analizar bien todo.

Descubrió que mientras Candy publicaba fotos sobre la serie que estaba viendo, Sam estaba en una fiesta fuera de la ciudad besándose con otra chica.

Su molestia fue mucha.

Estuvo a punto de decirle a Candy, las ganas de mandarle sus pruebas lo desgarraban por dentro, pero se detuvo antes de cometer ese error.

No quería tener problemas con el estúpido Sam, y tampoco ser visto por Candy como un soplón; temía que ella pensara que solo buscaba ventaja. Y de cualquier manera no era tan cercano a ella como para explicarle las cosas...

Así que simplemente decidió callarse ese secreto, sintiéndose culpable de ser un cómplice más.

La noche de la fiesta llegó.

Christopher se vistió con el atuendo que ya había conseguido con anticipación para seguir la temática de la fiesta y cuando vio su reflejo en el espejo le gustó lo que vio.

Así que encendió sus luces rojas, aquellas que decoraban parte de su habitación, se colocó frente al espejo, se sacó algunas fotos que subió a su Instagram y se llenaron de comentarios al pasar los minutos. Esos comentarios, en su mayoría hacían referencia a aquel arnés en su bien formado torso.

"¡Joder! Esta foto me da vibras de ser material BDSM. Yo quiero saber más sobre ese arnés... ¡Por favor!" —leyó uno de los comentarios y rió, luego respondió—: "Es solo Bondage, gracias ..."

Y sí. La verdad es que Christopher, aunque no era un experto, vaya que le gustaba el tema bondage. Estaba iniciando en ello porque le gustaba la estética, la confianza y responsabilidad que se necesitaba para esa práctica.

Así que tenía algunas cosas básicas en aquella puerta detrás de su armario. La cual había diseñado al igual que todo su cuarto.

Sus padres arquitectos al igual que él, así que le dieron la oportunidad de crear su propio espacio. Sus padres no tenían ni idea de esa parte suya, y tampoco era algo que necesitaran saber porque era personal y ellos nunca entraban a su habitación para revisar.

Le encantaba el color rojo, en todas sus tonalidades le parecía increíble para cualquier ocasión.

Era su color favorito. Elegante, seductor, fuerte, revolucionario; pasión y amor. Algo con lo que Christopher estaba muy relacionado en su personalidad.

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