•Capitulo Cinco•

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Luego de pasar la primera y más humillante vergüenza de mi existencia Ikaris, atento y humilde, se ofrece a buscar algo para vestirme. Por lo que heme aquí, paralizada dónde mismo me dejó sin mover un músculo.

¿Habrá pensado que quería intimar con él?

Un chillido grito sale de mis labios.
La vergüenza me enrojece hace subir la sangre a mi rostro.

El atardecer llega y con el Ikaris con un pedazo de algo entre sus manos.

—Es lo único que he conseguido en millas de aquí.

Aún rojo se tapa los ojos con su gran mano.

—No es mucho pero servirá hasta que busquemos un lugar más habitable.

Con pasos dudosos se acerca a mi y tiende el pedazo negro mientras lleva su mirada al exterior evitando mirarme.

—¿Buscan un lugar más habitable?
—¿No pensarás quedarte aquí a vivir o sí?, aquí estamos expuestos, Celestial.

Me acerco sigilosa.

—No, buscaremos un lugar, y no me llames así.

Curiosa por el mismo lo tomo. La prenda se termina abriendo y me percato de que es una camisa negra. Es  lo suficientemente grande para parecer un vestido.

—Te esperaré allá.
Rápidamente se va a la entrada de la cueva dejándome sola en el fondo con la suficiente privacidad para vestirme.

Observo la tela. Puedo hacerlo. He visto a los humanos colocarse la ropa. No es gran cosa.

Su ronca voz irrumpe mi lucha interna, y lo escucho atentamente.

—Pensé en llevarte a mi hogar. Es privado, y bastante alejado de los humanos. Allí estarás segura—dice con firmeza.
—No creo que haya nada a lo que temerle.
Pero parece no escucharme.
—Si permanecemos aquí moriremos de hambre. Debemos movernos, buscar un lugar en el que estés a salvo y... hablar con los demás.

—¿Hablar con los demás?

Apresurada me pongo de pie. Llena de vergüenza al sentirme expuesta nuevamente.

—Somos Eternos. Debemos estar al tanto de todo lo que sucede referente a los Celestiales.

Miro en su dirección, atenta a cualquier movimiento que indique que me está viendo pero sólo me está dando la espalda.

— ¿Crees que sepan por qué estoy así?

Tomo la camisa en inserto mi cabeza por el agujero más grande. Luego paso cada brazo por los agujeros más pequeños. La estiro con ambas manos.

Me llega más abajo de las rodillas.

— ¿Honestamente? Lo dudo, pero sé que lo averiguaremos, y te ayudaremos. Volverás a ser lo que eras.

Al escuchar lo último mi corazón saltó y me quedo paralizada. La vergüenza es sustituida por la angustia.

Yo realmente no quería volver a como era.

No me sentía lo suficientemente valiente como para decirle. ¿Qué pensaría de mí? ¿Una celestial queriendo ser humana? ¿Qué es eso?

Decido guardar silencio, eche mi opinión y deseos en lo profundo de mi ser.

Mordiendo mi labio me encamino a él. Toco su hombro haciendo que se gire.

—He terminado.

Se planta observándome, estudiándome, por un momento, y llega a cohibirme. La vestimenta llega a mis rodillas.  Sus ojos azules me escudriñan. Se detiene en mi rostro y percatándose de mi ojo frunce el seño.

—El láser me lastimó directamente—lleve una mano a mi ojo.
Parece molesto e incomodo.
—Yo no te toqué.
—Pero sigo conectada al cuerpo Celestial.

Asiente.

—Lo siento.

Su disculpa parece sincera, pero también noto un poco de irritación de su parte. Quizás no sobre mí, directamente.

—Esta bien.

El silencio nos inunda, y la tensión es muy palpable. Espero a que podamos irnos...

—Esta al revés— señala mi cuello—. Esto va hacia atrás y debe quedar hacia dentro.

Sus dedos tocan un papel bajo mi barbilla. Lo observo sujetarlo brevemente. Luego de que Ikaris me indicara y mostrara cómo ponerme una camisa adecuadamente, se arrodilla frente a mí, y me hace un nudo cerca de las rodillas; para que la camisa no mostrara las partes que aún necesitaban ser cubiertas.

Mi estómago suena sonoramente.

—Tengo mucha hambre.
El vuelve a asentir.
—Nos detendremos a comer, ¿Crees que puedas volar?—asiento a su pregunta.

Nos acercamos al borde de la cueva. El primero en alzar vuelo es Ikaris, que luego gira y se detiene esperandome. Imito sus movimientos, y llevo la energía a elevarme como hice cuando lo vi volar al sol, elevándome lo suficiente como para ver mi viejo cuerpo y el vasto océano que nos rodea.

Medio rostro se asoma entre el agua con tres ojos huecos semejantes a cuevas enormes, el cuarto seguía sumergido. A lo lejos lo que es la mitad de una mano. La otra no estaba visible, se sujetaba al centro de la tierra. Lo sabía con certeza porque ese había sido mi último recuerdo.

Lo que veíamos era apenas una pizca del enorme cuerpo. Me estremezco recordando la desesperación que me abrazó por eones. Una euforia me recorre al saber que había vencido a mis hermanos en su juego.

—No lo puedo creer—la alegría que me embarga va más allá de lo que puedo explicar. Había salvado a la tierra.

Una mano se posa en mi hombro. Observo a Ikaris que se había acercado silencioso.

—Pronto descubriremos cómo devolverte a tu forma original—. La mirada esta fija en mi viejo cuerpo. Tiene una intensa determinación que me transmite tensión. —Podrás cumplir tu propósito. Y yo lograré redimirme ante Arishem.

Se aparta elevándose aún más, y ahí está instándome a que le siga. Me quedo ahí. La palidez cubre mi cuerpo. No siento el frío. En realidad, creo que mis sentidos se han paralizado y lo único capaz de reaccionar es mi mente, y mi corazón que late errático dentro de mi pecho.

Él cree que le he dado una oportunidad más.

Muerdo mi mejilla interna y dándole un último vistazo a mi cuerpo asciendo tras él.

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