3. Una madrugada soñada.

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La colocó suavemente en la amplia cama y sin despegarse de ella la besó suavemente disfrutando del momento olvidándose de todo, después de conforme pasaban los segundos luego alternaba fuerza con delicadeza, su lengua dentro de su boca estaba de fiesta, como hacía meses o quizás años no lo hacía, no entendía como una mujer que acababa de conocer, lograba encenderlo tanto, tanto que quería hacerle el amor el resto de la madrugada y día, quería devorarle con cada beso, cada centímetro de su delgado cuerpo.

Procedió a abrirle la bata blanca y gruesa que tenía ella encima, pero ella hizo un movimiento que a él lo frenó por completo se alzó del cuerpo de ella sin quitarse de encima completamente, la miró fijo y le preguntó—: Sí no quieres solo dímelo. Tuvo miedo de su respuesta, pero era necesaria para proceder sin miedo alguno.

Rápidamente ella pensó en que responder, era un extraño, sin embargo, por primera vez se sentía querida, deseada y excitada.

Se le vino como fotos a su mente el recuerdo de su esposo siéndole infiel con su secretaria.

«Te voy a pagar con la misma moneda ¡Perro infeliz!» pensó y no porque le doliera esa traición sino porque se estaba sintiendo viva y feliz.

—S-sí —titubeó—. Sí quiero —contestó mirándole con deseo con ganas.

Oscar la miró fijamente desde su posición y retomó su arsenal de besos. Con mucho cuidado abrió la bata y se encontró con su delgado y bien formado cuerpo con piel de ébano, a su vez notó que ella estaba temblando con los ojos cerrados. Él entendió el mensaje, y comenzó besándole suavemente la frente, luego sus orejas, llegó a su boca donde le dio un suave mordisco.

—Relájate y confía en mí, no te haré algo que tú no quieras —susurró sobre sus labios. Y continuó con su trayecto, se detuvo en su ombligo dándole suaves besitos Mía poco a poco iba relajándose y disfrutando de las deliciosas sensaciones que Oscar le estaba provocando.

Nunca su esposo la había tratado así, él solo la tomaba se subía encima y a lo que iba, nunca le preguntaba si quería, como lo quería y si lo disfrutaba.

Las sensaciones empezaban cada vez a ser más fuertes, él podía escuchar unos gemidos contenidos por lo que le dijo que si quería gritar que lo hiciera que no se contuviera.

Llegó hasta sus piernas al principio ella se tensó por tenerlo en esa parte de su cuerpo, por lo que antes de proseguir con su idea le acaricio sutilmente ella poco a poco las iba abriendo; hasta que con su lengua le lamió la parte interior de sus muslos, ella gimió perdiendo el control por la sensación y por las cosquillas que le producía, él sabía que iba por buen camino, ya no la sentía tensa como al principio.

Llegó hasta su zona íntima y no dudó en saborear sus fluidos, que gracias a su gran trabajo de calentamiento ya habían dejado rastro.

Metió su lengua entre los pliegues de la olvidada vagina y la empezó a lamer y mordisquear con gusto, llegó a su clítoris y Mía estalló en gemidos muy excitantes retorciéndose de puro placer, de un placer que no conocía y que en ese momento lo estaba sintiendo. Al verla así toda mojada y encendida él comprendió que estaba haciendo muy bien su trabajo.

Al verla disfrutar tanto metió uno de sus largos y gruesos dedos en el interior de esta. Metía y sacaba para luego estimular su "punto G, obviamente él sabía lo que hacía al conocer muy bien la anatomía femenina, pero en ese momento estaba conociendo la anatomía de Mía y le encantaba.

—¡Si, así, quiero así! —dijo en voz entrecortada.

Ella se movía involuntariamente hasta que sintió estallar algo dentro de ella, una sensación inexplicable, era la primera vez que sentía eso, que la puso a temblar las piernas y a latirle la vagina fuertemente. Llegó al clímax total, tuvo su primer orgasmo sin saberlo. —Quiero más —dijo sin ninguna vergüenza.

Oscar asintió, muy animado por lo que acababa de provocarle y por la petición de ella. Se incorporó de su sitio y Mía se levantó en sus codos para observar su cuerpo musculoso y fuerte que se escondía tras la ropa elegante que llevaba.

Mientras se quitaba la ropa observó un bulto grueso que estaba escondido con deseos de salir de su bóxer. Lo miró fijamente y le exclamó acercándose toda juguetona y ya sin vergüenza alguna—: Quiero tocar. Él la miro con ternura al saberla curiosa y sorprendida, era como si nunca en su vida había visto algo igual.

—Tú puedes tocar lo que quieras —expresó muy animado. Se quitó el bóxer y se acercó, ella lo miró con fascinación y estiro su mano para acariciar el rígido miembro del doctor.

—Es muy grande y grueso —farfulló recorriéndolo con la punta de los dedos.

—Tranquila no te lastimara —respondió, tomó su mano y la hizo recorrer por toda su erecta verga viendo los gestos que ella hacía. —¿Estás lista? —le preguntó impaciente y cada vez más excitado.

—Sí —contestó ella con un hilo de voz y ni bien terminó Oscar la besó despacio volviéndole a despertar el deseo y muy pausadamente introdujo su miembro rígido en el interior de ella.

Estaba muy estrecha, se dio cuenta que no sería nada fácil llegar hasta su interior, hasta lo más profundo, no quería lastimarla así que fue de a poco, metía y sacaba despacio volviéndose cada vez más loco por estar dentro de ella.

Una vez se abrió camino empezó a penetrarla con gusto se imaginó tantas posiciones que quería practicarlas con ella, pero no quiso asustarla, lo que se dé está bien pensó.

Los dos gemían sin parar estaban tan excitados, se disfrutaron el uno del otro con hambre, con deseo y mucha necesidad. Mía ya no tenía vergüenza, estaba tan entregada, disfrutando como nunca lo había hecho.

—Súbete en mi —musitó y ella entendió perfectamente el mensaje, sabía lo que él quería, esa posición la había visto en las películas porno que veía su esposo.

«Será fácil»

—Preciosa aquí tienes tú el control solo muévete —aclaró y ella sin chistar nada obedeció. Introdujo el pene suavemente en su interior y se dio cuenta que no era fácil moverse teniendo todo eso en su interior, lo hizo lenta y torpemente, pero eso a él no le importó, descubrió otra cosa más de ella.

La sostuvo de sus caderas y la empezó a penetrar muy duro, ella saltaba al ritmo de las estocadas; gimieron al ritmo. Él conocedor de su cuerpo sintió que ya no aguantaba más y expulsó su semilla con ansias, los dos tuvieron su orgasmo el segundo de Mía.

Ella sintió una relajación total, nunca había sentido tanta tranquilidad en su cuerpo, se sentía liviana, sintió que se le quitó un enorme peso de encima.

Cansados y sin más se quedaron dormidos de cucharita.

Mi adulterio mi venganza y salvación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora