Capítulo 11. ¡Maldita victoria suprema!

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Levi

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Levi

Supe que algo andaba mal cuando recibí la ubicación de Jasper y a los pocos segundos me llegó otro mensaje de él que decía:

«Rtnagdlamsp».

¿Qué significa eso? No lo sabía, pero cuando le pregunté qué diablos quiso decir, no recibí respuesta alguna. Un comportamiento completamente anómalo viniendo de Jasper, el tipo que checa cinco veces su ortografía antes de enviar un mensaje y, si se equivoca, borraba el mensaje al instante.

Dicho eso, decidí acelerar. La universidad en donde él trabajaba no estaba lejos de mi departamento, así que llegué en poco menos de diez minutos.

Lo busqué con la mirada, esperando verlo en la entrada del edificio, pero no había señal de él. Aquello solo hizo que mi consternación incrementara.

Fruncí el ceño y seguí buscando, aunque no hubo mucha necesidad cuando escuché un grito a la lejanía:

—¡Dame eso, imbécil!

Yo reconocía esa voz rasposa y colérica. En el pasado había sido dirigida a mí.

Pisé el acelerador y me apresuré a dar un volantazo en dirección a donde provenían aquellos gritos ofensivos —solo dignos del chico con gafas que me trae idiota.

Y lo vi, estaba forcejeando con un tipo. Me encontré sumamente confundido, pero pronto me percaté de que las gafas de Jasper estaban destrozadas en el pavimento, lo que se estaban peleando era un celular y, la gota que derramó el vaso, la camisa de Jasper estaba manchada de rojo y de su nariz caía una cascada de sangre.

—¡Idiota! —exclamé, presa del pánico, y pisé el acelerador a fondo, dispuesto a embestir al tipo que quería asaltar a Jasper. Solo Jasper arriesgaba tanto por un aparato.

Jasper, por suerte, vio como mi coche se aproximaba a ellos y la prudencia retornó a él. Soltó el celular y cayó al suelo sobre su espalda, arrastrándose rápidamente hacia atrás.

El ladrón se mostró victorioso a través de exhaustivos jadeos, pero en cuanto vio como estaba dispuesto a chocarle el coche, retrocedió, aunque no fue lo suficientemente rápido y la parrilla de mi carro rozó con su pierna, tirándolo con todo y celular. Pisé el freno, tocando con la placa el muro de ladrillos. Probablemente tendría una abolladura.

Abrí rápidamente la puerta del coche y me bajé. El ladrón estaba intentando ponerse de pie a base de trompicones, dispuesto a llevarse el celular a pesar de todo.

Le arrebaté el aparato de entre las manos y lo señalé con brusquedad:

—Lárgate ya o llamaré a la policía —amenacé.

El tipo se tornó pálido y, como si hubiese recibido una descarga eléctrica, se puso de pie de un salto y se echó a correr sin atreverse a mirar atrás.

Dos de Tres [No editado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora