Capítulo 31. La culpa te carcome

685 108 4
                                    

Levi

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Levi

«Sé lo que eres».
«Tu amigo Roh me lo dijo».
«Teníamos un trato, Levi».
«Deja de ignorarme».
«Regresa al departamento de una maldita vez».
«Volveré a enviarte a ese campamento de conversión».
«Levi».
«¡LEVI!»

Aventé el teléfono a la mesa y solté una pesada exhalación, pasando una mano por mi rostro como si aquello pudiera desvanecer mi estrés y cansancio de las últimas dos semanas.

Desde que Freya y yo nos fuimos de Seattle, no he podido dormir bien, comer, pensar, nada está en orden dentro de mi cabeza, y lo único que me daba un gramo de certeza de que mis acciones no fueron la mayor idiotez cometida en mis dieciocho años de vida, es que Freya estaba más feliz que nunca, aliviada de no tener que volver con su madre. Saber que pude ayudarla era lo único que me hacía sentir mejor.

Volví a tomar el celular. Tenía tantos mensajes ofensivos de mi padre, repletos de reprimendas y amenazas, ni uno solo de preocupación por mí o preguntándose dónde me había metido. Me exigía explicaciones sobre mi sexualidad antes que de mi desaparición. Jamás debí haberlo desbloqueado.

Pasé mis dedos encima de las teclas, pensando en qué responder o sí debía hacerlo. Al final, tras largos minutos, simplemente escribí: «Me casé».

Presioné enviar y, una vez me aseguré de que le llegó el mensaje, volví a bloquearlo. Era la única explicación que podía darle, o más bien, la única que quería darle.

Escuché como se abría la puerta de la habitación de hotel en donde nos hospedamos Freya y yo y unos minutos después sentí un peso caer sobre mis hombros.

—Buenos días, esposo —saludó Freya, seguido de una carcajada. Al menos ella estaba feliz con esto.

—Dijimos que nos llamaríamos cómplices —dije.

Freya me rodeó y se sentó en la otra silla vacía de la terraza. No era una habitación lujosa, pero sí lo suficientemente amplia para que cada uno tuviera su espacio.

—Cómplices suena terrible. —Se carcajeó—. Suena a algo ilegal. Como si fuésemos criminales.

—Lo que hicimos se siente como un crimen.

—Sí, tal vez un poco. —Suspiró—. No creas que no me arrepiento.

—Podrías haberme engañado con tu creciente optimismo.

—Tampoco mentiré y diré que no estoy aliviada. —Se volvió hacia mí—. Nunca había pasado tanto tiempo alejada de ella. Sin temerle. Por supuesto que estoy feliz por la paz que siento.

—Yo no me siento en paz —admití, negando con la cabeza—. No me mal entiendas, me alegra haberte ayudado a salir de ahí, pero... pero me siento culpable.

—Lo dices por Jasper, ¿no es así?

—Por Jasper, por lo que abandonamos, por todo.

Freya me miró con consternación y estiró su mano sobre la mesa, tomando la mía.

—Ya te lo he dicho antes, pero siempre estaré en deuda contigo, Levi —dijo, esbozando una leve sonrisa—. Lo que hiciste por mí significó mucho. Te lo agradeceré siempre.

Le sonreí de vuelta, o más bien traté de hacerlo.

—No tienes que agradecerme.

—¡Sí que tengo! —exclamó y se puso de pie—. Ahora me toca ayudarte a ti. Así que, primero lo primero, hay que regresar a Seattle. No podemos seguir escapando por siempre.

—Eso último no suena como una mala opción —bromeé.

Freya me dio un amistoso golpe en el hombro y luego colocó sus manos sobre mi cabello, revolviéndolo.

—Eres similar a Jasper en tus neurosis —comentó—. Ambos no pueden vivir sin preocuparse por cada pequeña cosa.

—¿Esto te pareció pequeño?

Sacudió la cabeza.

—No, no me refería a esto —replicó—. Me refiero a que ambos necesitan tener sus vidas en completo orden para ser felices.

Enarqué una ceja.

—¿No es lo que todos queremos?

Volvió a sonreír.

—Hay algunos, como tu servidora, que pueden soportar el caos y la presión. —Se paró frente a mí y colocó ambas manos sobre mis hombros, mirándome a los ojos—. Así que, por tu bien, pondremos las cosas en orden.

—No creo que sea tan sencillo.

—Lo será —aseguró, sentándose sobre mis piernas—. Regresaremos a Seattle, hablaremos con Jasper y en cuanto encuentre la forma de alejarme de mi madre definitivamente, podremos divorciarnos. Ese es nuestro plan

—¿Cómo le harás para alejarte de ella?

—Ese es mi problema. —Señaló mi pecho—. Tú preocúpate por los tuyos. Sobre todo el que parece ser más apremiante: Jasper.

—Jasper me odia.

Freya se apartó de mi regazo y negó con la cabeza.

—Jasper es incapaz de odiar —aseveró y en su rostro apareció una expresión de nostalgia—. No importa cuantos errores cometas, él no te odiará. Tal vez no suene justo, pero él... él es así.

—Pensé que me odiaba por lo que yo le hice. Me advirtió que no me perdonaría una segunda vez. —Oculté mi rostro con una mano—. No hay manera de que me perdone después de esto.

—Levi —llamó Freya y se acuclilló frente a mí, acunando mis manos entre las suyas—. Jasper te perdonará, tú no fuiste quien sugirió esto. Si alguien va a cargar con la responsabilidad, seré yo. Si alguien va a perder a Jasper definitivamente, seré yo.

Apreté sus manos, mirándola a los ojos con pesar.

—¿Y tú quieres eso? —pregunté—. ¿Tú quieres perderlo?

Suspiró.

—No, no quiero perderlo —respondió—, pero este es el sacrificio a cambio de ser libre de mi madre y lo haré sin dudar. Lamentablemente, el cariño que le tengo a Jasper no supera el miedo que le tengo a esa mujer.

—Freya-

—¡En fin! —me interrumpió, volviendo a ponerse en pie y acercándose al balcón—. Siempre habrá que perder algo por un bien mayor, ¿no lo crees? Créeme que con gusto perdería a esa mujer a cambio de cualquier otra cosa.

—¿Te ha contactado? —indagué, parándome a su lado—. Tu madre, me refiero.

Soltó un silbido.

—Cientos de veces, pero la bloqueé a la decena. —Se carcajeó—. Lo único que le dije es que me fui. No entré en detalles.

Apoyé los codos sobre el balcón, viendo el jardín del hotel y sintiendo el frío viento otoñal golpear contra mi cara.

—¿Sabes algo de Jasper? —me atreví a cuestionar. Durante estas dos semanas no tuve el coraje de preguntarle a Freya, y aunque ella trató de contarme varias veces, yo le pedía que no lo hiciera. ¿Esto me hacía un cobarde? Sí, el más grande del maldito país.

Freya sacó su celular y comenzó a revisar sus textos, durante un segundo se detuvo en vilo y sus ojos se ampliaron, parecía asustada.

—¿Freya? —llamé, preocupado.

Se tensó al escuchar mi voz y siguió deslizando el dedo a través de sus conversaciones.

—¿Huh? ¿Dijiste algo? —preguntó, distraída.

—Te pregunté si sabías algo de Jasper

—¡Oh! —exclamó y volvió a relajarse, subiendo a la cima de sus mensajes de textos—. Sí, él... él ya sabe lo que sucedió. Sally se lo dijo. Tengo muchas llamadas perdidas de él.

Bajé la mirada, apenado.

—Yo también.

Freya volvió a guardar su celular y suspiró.

—Pero no te atreves a enfrentarlo —añadió.

—Sí.

—Yo tampoco tengo las agallas para hacerlo. Es... es demasiado. —Bajó la cara, trazando líneas en el polvo del barandal—. Me siento culpable por ocultarle tantas cosas, pero a la vez me da miedo confesarle todo y herirlo. Herirlo más.

Asentí con lentitud. Sabía exactamente cómo se sentía, pero multiplicado al cubo. Antes de fugarnos, fui a buscar a Jasper a su casa y le confesé mis sentimientos a mitad de una discusión. No pude escuchar su respuesta, o cómo se sentía al respecto. Me dije a mí mismo que lo hice porque no quería molestarlo más, pero eso era una mentira. Escapé porque tenía miedo de escuchar su rechazo, escapé una segunda vez por temeroso. Y eso... eso nunca me lo perdonaría.

—Hay que partir esta tarde —dijo Freya entonces, cortando el silencio—. Es hora de regresar, Levi.

—Tienes razón —concordé en voz baja.

—Me alegra que estemos en la misma sintonía —bromeó en un vano intento por aligerar el ambiente—, pero no pienso regresar a casa de mi madre.

Giré mi rostro hacia ella y me apresuré a negar con la cabeza. Claro que no la dejaría volver a ese lugar, eso lo he sabido desde el inicio. Su madre casi la mata y las marcas ya casi imperceptibles en su cuello eran el recordatorio de ello. No me explicaba cómo podía estar tan entera después de eso.

—Freya —llamé, preocupado—. ¿Te sientes bien?

Presionó sus labios en una fina línea.

—No diría que bien o mal.

—¿Y lo que pasó con tu madre...?

—Olvidado y enterrado —acotó y noté cómo pasaba sus dedos por su cuello con disimulo—. Es mejor así.

—¿No crees que deberías buscar ayuda de un...?

—¿A qué hora nos vamos? —zanjó mi pregunta a propósito.

La miré con incredulidad.

—Freya-

—Apreció tu preocupación, Levi —interrumpió—, pero por ahora estoy bien. Créeme que tengo mil problemas antes de pensar en ir a gastar en un psicólogo. —Esbozó una desalmada sonrisa—. En serio, estoy bien. Solo iría si consigues un descuento de dos por uno, porque se nota que tú también lo necesitas.

Me reí, pero no quise insistir con el tema aunque era más que evidente que ella no estaba del todo bien, ponía una barrera y portaba una máscara para ocultar lo que realmente le afectaba. Yo sabía que había noches en las que se despertaba y salía a la terraza a llorar o a ver en el espejo las marcas en su cuello. Freya no estaba bien y eso estaba bien, pero no servía de nada si ella no lo admitía primero.

—Te mudarás conmigo mientras tanto —dije entonces—. Tengo un gato y espacio de sobra. Creo que te gustará.

—¿Y qué hay de tu padre?

—Me encargaré de él —aseguré y exhalé—. Realmente lo único que me importa es poner las cosas en orden con Jasper.

Pero que reencuentro les aguarda a estos tres

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Pero que reencuentro les aguarda a estos tres...

💜¡Muchísimas gracias por leer!💙

Dos de Tres [No editado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora