Capítulo 6: Lycaenum

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Llega un poco tarde, llevo dos días que me duermo cual abuela cuando cae la noche, pero de hoy no pasa :D  Actualización caaaaaaaaalentita ya disponible. ¡A disfrutar!




Capítulo 6 – Lycaenum



Cat estaba profundamente dormida cuando irrumpí como un elefante en su habitación. Estaba emocionado, estaba eufórico: había localizado el coche de Tyara y teníamos que salir cuanto antes hacia allí.

Y así se lo hice saber.

Lástima que casi le diese un infarto con mi llegada.

—¡Lo tengo! —grité, abriendo la puerta de par en par con la copia de las llaves que me había dado el recepcionista, un chico al que había conocido años atrás—. ¡Despierta, Cat, tenemos que ponernos en marcha ya!

Describir el despertar de mi hermana sin emplear palabras mal sonantes sería complicado, por lo que diré que se levantó de mala leche. Me lanzó una de sus botas, la cual por cierto no logré esquivar a tiempo, y me insultó. Dijo auténticas barbaridades... aunque admito que escuché solo la mitad. La habitación tenía ducha, así que, mientras ella se desfogaba acordándose de mí y de todos mis camaradas pro-humanos, sobre todo de Carsten, al que le dedicó palabras tremendas, yo aproveché para desnudarme y meterme bajo el plato de ducha.

Unos minutos después, ya renovado y con Cat algo más relajada, salí y le pedí que se diese prisa: tenía un coche alquilado abajo y teníamos que partir cuanto antes.

—¡Que te jodan, Lucian! —me dijo antes de encerrarse en el baño con un portazo—. ¡Que te jodan, maldito psicópata!

Con Thomas fui algo más delicado, aunque únicamente porque los gritos de mi hermana ya le habían despertado y estaba en el pasillo esperándome cuando dejé la habitación de Cat. A él seguramente le hubiese levantado con algo más de cuidado por una cuestión de falta de confianza. De haber sido Horus o Balian, habría saltado encima de su cama.

—¿Lo has localizado? —preguntó a modo de saludo—. Impresionante, ha sido muy rápido.

—No tanto como me hubiese gustado, pero algo es algo.

—¿Un café?

Miré la puerta de la habitación de Cat, ahora cerrada, y volví a mirar a Thomas.

—Claro.




—Lycaenum, ¿eh? Según marca el navegador, está bastante lejos de aquí, al otro lado de los Pirineos, en el sur de la Galia.

—Está lejos, sí, pero si nos pasamos todo el día conduciendo podremos llegar de madrugada. Con suerte, el coche aguantará.

—Confiemos en ello.

Cat se unió a nosotros veinte minutos después, duchada, cambiada y con el ceño menos fruncido. Seguía enfadada conmigo, pero tras pedir un café y un sándwich su mal humor fue relajándose.

—¿Mejor? —pregunté.

No respondió, en lugar de ello echó un rápido vistazo a la pantalla del teléfono de Thomas, donde el policía comprobaba con interés la ruta. El primer tramo no comportaba demasiados problemas: era a través de vías nacionales perfectamente cimentadas. El segundo, ya en plena cordillera, se complicaba. Viajar a través de los escarpados caminos de montaña sin conocer la zona nunca era fácil.

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