Capítulo 7: Al siguiente amanecer

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Felices Fiestas.



Capítulo 7: Al siguiente amanecer



Amaneció un día soleado. El cielo estaba limpio de nubes, pero hacía frío. El febrero de aquel año estaba siendo especialmente duro y tan cerca de los Pirineos se notaba la caída de las temperaturas.

Me desperté muy despejado. Aunque no había contado con ella, aquella noche de sueño reparador me había servido para recuperar las fuerzas que me faltaban. De hecho, me sentía más vital que nunca. Había soñado con Tyara, y aunque no recordaba el qué, su recuerdo estaba más vivo que nunca en mi memoria.

Desayunamos rápido, apenas sin hablar, y nos pusimos de nuevo en marcha, conmigo como conductor. A partir de aquel punto nos adentrábamos ya en los caminos de montaña y necesitaba concentración. Conscientes de ello, ni Cat ni Thomas no hablaron en todo el viaje. De hecho, creo que incluso había algo de tensión. No la suficiente como para que le diera importancia, pero a mi hermana se le notaba. Ella no era de las que se pasaba tantas horas callada.

Por suerte para todos, el silencio me permitió trazar las curvas a la perfección, ejecutando un viaje largo pero tranquilo a través de unos paisajes de montaña impresionantes.

Pocos lugares había tan bellos como los Pirineos.




Pasado el mediodía alcanzamos Lycaenum, el pequeño pueblo de piedra y madera donde se perdía la pista de Tyara. Era un lugar muy pintoresco, con edificaciones bajas con tejados de pizarra y avenidas empinadas por las que circular con nieve era una auténtica odisea. Los árboles estaban llenos de pájaros, el aire del perfume de la naturaleza y el ambiente, en general, de paz.

De esa paz tan especial que tan solo se encuentra en las zonas de montaña.

—Es como estar en otro mundo —murmuró Cat, con la cabeza asomada por la ventana. Respiraba el aire frío con deleite—. Ni en la Aguja del Sol el aire es tan puro.

—Estamos muy lejos de las grandes ciudades —respondió Thomas—, se nota.

Nos adentramos en Lycaenum a través de la avenida principal, una larga calle de edificios achaparrados de piedra, y la recorrimos en su totalidad hasta dar con una pequeña plaza donde un mercado ambulante ofrecía joyería y artesanía local. Bordeamos la zona con cuidado de no atropellar a ningún peatón, que aunque no eran muchos en número no parecían haber visto en su vida un coche, y seguimos hasta alcanzar el terraplén que usaban de aparcamiento. Una vez allí paramos momentáneamente para comprobar en mi ordenador la localización exacta del coche de Tyara. La tenía grabada en la memoria, pero quería asegurarme.

—Según el geo-localizador no está demasiado lejos de aquí, en las afueras del pueblo. Diría que al lado de un lago.

—Debe ser el lago que aparece en el navegador —comentó Thomas a mi lado, mientras toqueteaba el callejero en la pantalla—. Está a quince minutos.

—Vamos allá.

La llegada a Lycaenum sumada al inminente encuentro del coche de Tyara me puso alteró. Seguía manteniendo la calma, conduciendo con precaución por las calles del pueblo, atento a los habitantes y los visitantes, pero admito que mi mente estaba saturada. No me podía quitar de la cabeza el coche, ni tampoco a Tyara.

Me preguntaba si encontraría algo en el vehículo... o si la encontraría a ella allí, muerta. Si habría algún indicio de lo ocurrido... si habría algo.

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