Capítulo 2

335 53 3
                                    

Como el príncipe que era, siempre tenía algún pequeño capricho y uno de ellos era el deseo de que Tobirama suplicara por un poco de cariño. 
Tristemente, el albino no le suplicaba a él, sino a otras personas. Era triste saber que la persona que él juró proteger no lo ama.
¿Qué diría Hashirama de esta situación? ¿Estaría enojado porque no podía proteger a Tobirama? 

Perfectamente, podía hacer que Tobirama olvidara el luto y de esa manera destrozar ese maldito amor que encadenaba ese corazón maldito.

La realidad de Madara no estaba tan ajena a la de Tobirama. 
Si bien tenía estatus, un poco de riquezas y era un príncipe de la nobleza, eso no lo libraba de también ser el portador de una horrible maldición que le cayó por algo que realmente ha querido. 
Su noble corazón un día se tiñó de envidia cuando vio pasar lo que más quería ante sus ojos y que era consciente de que no podía tenerlo entre sus brazos.


Nuevamente, podía escuchar los gritos de Tobirama mientras otro ataúd era traído. Escuchaba con claridad como las personas tachaban al albino de ser el mismo diablo o una especie de criatura que mataba a los demás solo para alimentarse del amor. 
El corazón del príncipe se teñía de dolor al escuchar desde su posición esas palabras hacia quien juro proteger, pero una parte de él se sentía sumamente satisfecha con saber que su maldición pronto se rompería. 

Según él, esos amores que han rendido y no volverán son parte de un destino que no se puede evitar.
El destino parecía girar y arrastrarlo junto a Tobirama hacia lo insano, deseando que el último lo olvidara, sin embargo, él no lo iba a permitir.

Era consciente que siempre que Tobirama se enamoraba esos hombres terminaban en la tumba; no obstante ahí estaba él para consolarlo. 
Más no entendía por qué Tobirama seguía haciendo ese cruel ciclo.

—Te fijas en todos, pero no en mí. —musitó para el mismo el Uchiha mientras se alejaba de la cruda escena, dejando de escuchar las blasfemias y gritos hacia el Senju.

El andar del mayor fue calmado, parsimonioso, pero no tanto como el lugar al cual se dirigía: su jardín de tulipanes.
Él mismo decidió plantar esas hermosas flores para poder regalárselas a Tobirama con el fin de transmitir su deseo hacia ese. 
Sin cuidado alguno fue en busca de una pequeña hoz de mano para cortar con calma un tulipán blanco. 
La flor se asimilaba completamente a Tobirama:  elegancia y amor puro.

Siguió observando la dichosa flor, recordando el día en que comenzó la maldición; ¿cuándo fue? 
Todavía recuerda la fatídica noticia de la familia Senju donde solo quedó un único sobreviviente: Tobirama.
Todavía recuerda el color bermellón manchando el suelo y las paredes; un color que se encontró incrustado en una pequeña hoz de jardinería. 

Y sin más preámbulos, llevó el tulipán a la boca y lo mordió.

Aiyoku no PrisionerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora