Sus sirvientes le informaron que la señorita Touka se encontraría en el rosedal del pueblo para tener un momento a solas con su futuro interés a comprometer. Según la información que llegó a los oídos de Madara, a la dama le encantaban las flores y lo pudo verificar cuando llegó al rosedal y notó como esa se encontraba arrodillada. La damisela olía y tocaba con calma cada una de las rosas blancas que se encontraban en el lugar.
Para suerte de él, ella no se percató de su presencia ni del objeto que traía en sus manos.La presencia de la dama era calmada y eso era algo que lo asqueaba en lo absoluto.
—Veo que llegaste, Tobirama. —dijo la joven sin percatarse de quien era en realidad—. Ven a mi lado y siéntate. —Era obvio que ella no se giró en ningún momento para comprobar a quien hablaba en realidad.
Madara se encaminó hacia la dama con un paso calmado y ágil mientras alzaba el objeto que traía en su mano: una pequeña hoz de jardinería.
En el momento que quedó tras de la dama no dudó en lanzar un brutal corte a la nuca y espalda de la dama, escuchando como esa gritaba.
Ella vociferaba tal como lo hicieron ellos.
La serie de recuerdos del pasado comenzaron a corromper la memoria del príncipe.—¡Duele! ¡Aniki, duele!
—Madara... Por favor, no toques a mi hermanito, no toques a Tobirama.
—¡Piedad, piedad!
—¡Juro que te buscaré en el puto infierno!
—¡No, a mis hijos no!
—¡Mamá, papá, tengo miedo!Madara recordó con claridad que fue él quien cegó la vida de cada uno de los Senju ese día en el que no se encontraba Tobirama en su morada. Exterminó primero a la madre, luego a los dos menores, el padre luchó hasta que perdió y Hashirama simplemente rogó y se entregó a la muerte.
Recuerda como las paredes blancas se tiñeron de carmesí. Mismo color que lo manchó cuando acabó con su propio hermano menor, quien rogó numerosas veces y exclamó el inmenso dolor que sintió.Una histérica risa brotó de sus labios una vez que la inerte Touka cayó al suelo al mismo tiempo que él caía de rodillas.
La risa no cesó en ningún momento mientras Madara sujetaba su propia cabeza con ambas manos, dejando caer la hoz de jardinería en el suelo.
Una serie de lágrimas comenzó a caer de sus ojos mientras recordaba cada víctima, cada pretendiente de Tobirama que pereció en sus garras.—¡Eres mi prisionero de deseos, Tobirama! —exclamó Madara—. ¡Siempre que te enamoras, esos hombres terminan en la tumba, pero no te preocupes, ven para que yo te consuele! —gritó mientras se abrazaba a sí mismo, ignorando que la sangre ajena manchaba su vestuario.
Ya no tenía cordura.
—¡Pero no entiendo por qué lloras y te enamoras luego! ¡Eres un simple pecador! ¡Basta! ¡Ríndete ahora! —vociferó Madara mientras trataba de auto engañarse.
Según él, Tobirama poseía una maldición que acababa con sus parejas, sin embargo, en ese momento admitió la realidad.
—El destino solo sigue girando... —dijo Madara con voz calmada—. Por eso nosotros bailamos. Ya no importa tus deseos, nunca tendrás tu Happy End. Ne... Ne... Dime si ahora ya sabes lo que te está esperando... ¿Quién pudo hacerlo? No, no fue la maldición, yo lo sé. —admitió Madara mientras miraba el cuerpo de Touka y volvía a reír. —¡Touka, tu familia, tus pretendientes y mi hermano, todos ellos perecieron por mí! —gritó antes de seguir con su estruendosa risa.
Perdió por completo la cordura.
—Hoy fuerzo el destino de nuevo, y carmesí nuevamente mis manos vuelvo, y simplemente me culpo por seguir encadenado en el pecado. —dijo el príncipe mientras llevaba sus manos hacia su propio rostro para cubrir sus ojos—. Dime, ¿acaso no soy despiadado y de corazón paranoico? ¿No quieres seguir la maldición? Vamos, ya deja que terminé... ¡Con tus manos!
Y de pronto, una tercera persona entró a escena. De forma sigilosa tomó la pequeña hoz de jardinería y la alzó para acabar la maldición, tal y como lo pedía el atesorado príncipe Madara.
(...)
Un par de ataúdes se encontraban presentes mientras todos estaban horrorizados al saber que la señorita Touka y el príncipe Madara perecieron. No había explicación del cómo Madara murió, pero se sabía a la perfección que ese fue quien acabó con la vida de la joven gracias a que la hoz de jardinería fue reconocida por los sirvientes del palacio.La tumba de la dama poseía varias flores al igual que la de Madara, solo que había una diferencia: la tumba de Madara poseía una flor blanca manchada de rojo carmesí.
—Un afortunado joven, que ríe frente a un ataúd, se dice que si él te ama, una maldición te será lanzada. —dijo Tobirama depositando varias flores blancas manchadas de la sangre del propio Madara mientras reía.
Después de todo si era una maldición, pero no para él, sino para Madara, quien gracias al amor se volvió en el Aiyoku no Prisioner.
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Aiyoku no Prisioner
FanficUn bello joven posee una horrible maldición: todo aquel que ama románticamente terminará en la tumba. Un príncipe de la nobleza también posee una maldición por algo que siempre ha querido, ¿se podrán consolar entre ellos o la maldición perdurará pa...