Capítulo 3

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Dentro del edificio Ceibal, los estudiantes corren como alma que lleva el diablo de un lado a otro en el pequeño vestíbulo principal. Uno pensaría que, luego de tantos años haciendo exactamente lo mismo en estas fechas, las cosas podrían darse con un poco más de orden. Pero no.

Tomo el camino hacia la recepción, que se encuentra inmediatamente a la derecha luego de entrar en el edificio. Margarita, una mujer que ronda los cincuenta y tantos años, de sonrisa amable y mirada cálida, se encarga de entregarle a cada alumno su itinerario para el primer día de clases.

Como estudiantes de esta academia, tenemos doble horario. Por las mañanas cursamos el ciclo básico o bachillerato de forma normal, al medio día almorzamos en el gran comedor y por las tardes, comienza nuestro entrenamiento.

––Buenos días, Margarita ––saludo, ondeando mi mano derecha.

––Buenos días, Mia. Siempre llegando de última. ––Su ceño fruncido me provoca una sonrisa y ella no tarda en sonreír conmigo, satisfecha––. Esto es para ti.

Tomo el pedazo de papel impreso que me tiende y lo guardo en el bolsillo exterior de mi mochila, sin siquiera echarle un vistazo.

––Cariño, intenta no tomártelo tan a pecho este año ––advierte mientras me observa con un poco de lástima––. De lo contrario, comenzarán a salirte arrugas ––o peor, canas–– y eres muy joven para eso. Tienes que sonreír más.

––¿No se supone que sonreír mucho me dejará unas terribles líneas de expresión en el rostro? ––replico.

––Ah, pero esas son arrugas de las buenas, niña.

Me despido de Margarita y salgo de la recepción, aún con una cálida sonrisa. Mi humor mejora considerablemente a partir de ahí.

Frente por frente a la recepción se encuentra la oficina de coordinación de profesores, de donde comienzan a salir algunos de ellos cargados con carpetas y libros. Se encaminan hacia la amplia escalinata de piedra oscura, opuesta a la puerta de entrada, que conduce hacia el segundo piso. Allí se disponen los salones de todos los grupos.

Las clases no comienzan hasta dentro de media hora, así que bordeo la escalinata y, por detrás de esta, encuentro un par de puertas dispuestas a cada lado por las cuales se entra al comedor.

La fachada del edificio no es lo único que aún continua intacto después de todos estos años. Las paredes finamente labradas con diseños angelicales, los pequeños detalles en la baranda de la escalera y las diminutas ––pero perturbadoras–– estatuas en las paredes que funcionan como faroles, le dan a este lugar un aire aún más lúgubre.

Es un alivio que los dormitorios estén ausentes de estas obras arquitectónicas.

El comedor ya se encuentra lleno, los estudiantes y algunos profesores se sientan en las mesas rectangulares del recinto. Hay más comida de la que se pueda imaginar, dispuesta en grandes fuentes de vidrio a un lado de las mesas y sobre la pared que linda con la cocina, como un buffet.

Sangre de GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora