En el segundo piso del Edificio Ceibal se encuentran los salones estudiantiles. Son unas 7 aulas destinadas tanto al ciclo básico, como al bachillerato ––uno para cada grado––, más un salón extra para los aspirantes a Guardián.
Nuestro salón, el primero a la derecha junto a la escalera, ya se encuentra lleno para el momento en que llegamos. Por suerte, la clase aún no ha comenzado y nos da tiempo de ocupar los únicos 2 asientos que quedan libres.
Opto por desplazarme hasta el fondo del salón junto a la venta que apunta al patio trasero de la academia así, en caso de que me duerma, nadie podrá notarlo. El hecho de comenzar el día con Biología es lo más desalentador que puede pasarle a cualquier persona; y no porque la materia sea mala, sino porque este profesor no debería estar dictando clases.
El señor Pereyra, un hombre bajito y regordete, con grandes ojos celestes que no paran de moverse de un lado a otro cual rata enjaulada, hace varios años que perdió la pasión por enseñar, si es que alguna vez la tuvo. Además, la naciente pelada en su mollera y su escaso cabello blanco como la cal me hacen sospechar que debe haber pasado los 60 años. La paciencia ya no es uno de sus fuertes.
A Biología le siguen otras varias horas de aburridas materias como Historia, Geografía o Educación civil; separadas unas de otras por recreos de 5 minutos.
Al sonido de cada timbre, los estudiantes se apresuran escaleras abajo como si de una bomba nuclear se tratase. Se dirigen hacia el patio principal o el comedor, regateando cada segundo de libertad adicional que puedan obtener. Yo en cambio, permanezco en el salón, rezando para que esta tortura termine pronto.
Nuestro programa educativo tiene una amplia variedad de materias, debido a que somos un solo grupo por cada grado escolar y deben preverse en él, todas las orientaciones posibles para poder elegir nuestra futura profesión.
En mi caso, no me interesa seguir ninguna carrera universitaria, aunque debo admitir que me inclino más por la medicina. Me resultará mucho más útil saber cómo suturar una herida o parar una hemorragia, que aprender a cerrar un balance contable.
Veo a Joana entrar al salón luego del último recreo que nos quedaba por la mañana, antes de nuestra última materia del día. Se para frente a mi escritorio con una sonrisa traviesa en el rostro.
––¿Te estas divirtiendo en tu primer día? ––su mirada expectante sugiere que se ha enterado de algo bastante jugoso y que, en realidad, le importa muy poco mi respuesta. Sólo quiere regodearse de la información que tiene y que yo claramente ignoro. Pero no pienso caer en su trampa.
––Sabes muy bien que no ––respondo con fingido fastidio, volviendo mi cabeza hacia la ventana––. Esto es una pérdida de tiempo.
A pesar de mi notorio desinterés en el curso curricular, mis notas siempre han sido ejemplares. El problema no pasa por allí, sino el hecho de saber que esto no aportará nada a mi objetivo.
––Te alegrará saber entonces que nos tienen preparada una rutina bastante exigente para esta tarde.
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Sangre de Guardián
ParanormalMucho antes de que existiera vida en este mundo, la Tierra estaba cubierta de sombras. Los demonios deambulaban a sus anchas por el amplio paraje inhóspito que solía ser nuestro planeta, oscuro, sin color. Un día, el señor decidió que era hora de ha...