Capitulo I

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Capitulo I. Si rechazo tu presencia, tú rechaza la mía. ¿Aún no lo entiendes? Déjame en paz






"Amigos míos, retened esto: no hay malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores"

—Víctor Hugo

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–¡Lárgate!

Rugió enfurecido mientras lanzaba el florero que la enfermera le había regalado apenas hace treinta minutos. El extraño niño pelirrojo chillo resistiendo la risa, arrojándose al suelo para esquivar el golpe de la cerámica color hueso.

–¡Pero es verdad!

Isaac corrió alrededor de la habitación, lanzando burlas y comentarios ingeniosos con afán de divertirse a sí mismo y a su pobre compañero echado en cama. No tenía forma de saber que su travesura inocente había desencadenado bajos instintos sanguinarios y violentos en el muchacho de ojos celestes. Miguel Ángel gruñó y se retorció en la camilla, tratando de levantarse para enredar sus manos –de cinco dedos carnosos– en el cuello ajeno y apretar.

Huesos que crujen y se tuercen bajo su tacto, ojos desorbitados que pierden el brillo lentamente. Muecas de agonía y horror, pesadumbre y arrepentimiento tallada eternamente en esos rostros muertos por su mando

Gruñe ferozmente, muestra los dientes y vuelve a sacudirse intentando salir de la camilla. Isaac carcajea tentadoramente hasta que pierde su sonrisa cuando ve al convaleciente Ángel sangrando de los brazos por las agujas de suero arrancadas por la fuerza de sus movimientos. Su rostro se desfigura en consternación al ver que Ángel no parece darse cuenta de lo que sucede.

–¡Espera!¡Tú ganas, tú ganas!

La repentina victoria descoloca a Miguel Ángel, observa con ojos entrecerrados las manos ajenas levantadas en símbolo mundial de rendición y paz. Lo ve acercarse e intentar tocar sus brazos.

Retrocede, se encorva en si mismo sin un sonido de por medio. Ojos hielo quemando cautelosos al joven que sonríe incómodo sin saber qué hacer.

–Ah, las enfermeras.

Isaac rodea tentativamente la litera, presiona un botón que las amables mujeres se habían encargado de mencionarle tantas veces y espera pacientemente en el mutismo que él mismo ha causado. Contempla vagamente al muchacho de hebras grises, su ceño fruncido, el cuerpo tenso plagado de cicatrices y una postura que grita desconfianza en cada rincón.

Hace una mueca sintiendo la incomodidad contagiarse a sí mismo, comienza a percatarse de las manos ajenas vueltas puños de nudillos blancos y las pupilas encogidas a puntos negros que prácticamente gritan "ansiedad" completamente enfocados en él, en el ligero movimiento de sus dedos cuando chasquea los dedos en un tic nervioso. Se revuelven sus entrañas en un hueco nauseabundo al identificar esa mirada como la misma que alguna vez hace años utilizo para dirigirse a él.

Oh cielos, realmente no lo estás disfrutando, cierto?

La puerta se abre con un ruido espontáneo, ambos voltean sobresaltados, el dueño de ojos celestes mucho más que él mismo y, en vez de la enfermera qué debería llegar es el hombre eternamente agotado quien atraviesa el umbral.

UNCANNNY. El nacimiento de lo sempiternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora