CUATRO

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Agosto de 1917

Mulhouse, Francia.




Escondidos en una colina comiendo en lo que pareció una eternidad de tranquilidad, nos encontrábamos un nuevo grupo de refugio establecido por los franceses, quiénes habían ganado este pedazo de terreno hace un año. Un par de soldados comían y charlaban animadamente con algunas enfermeras alrededor de una olla gigante de frijoles bajo el fogoso sol de verano.

Por mi parte, sintiéndome tímida y sin capacidades para socializar, preferí sentarme alejada de ellos, pero no lo suficiente como ser un blanco fácil para algún alemán que tuviera las agallas de echarse una caminata hasta acá. Estaba sentada debajo de un árbol en una silla de madera vieja con una mesa improvisada de troncos que se hallaba justo allí, comía en silencio absoluto mientras leía el libro que Dixi, una de las cocineras, me había prestado.

Teníamos apenas unos tres meses acá, nos trasladaron a esta sede para ayudar tras un gran ataque conllevó muchos heridos y muertos, superando las capacidades máximas de atención médica con las que contaban. Desde el día uno tuve que curar, revivir y despedir a muchos soldados. Todos solían verme con expresiones de lástima al ser la más joven y tener que observar toda esta masacre, a veces incluso pensaba que era por mi rostro lleno de pesar y melancolía.

Intentaba apaciguar mi ansiedad, el miedo y la adrenalina que este provocaba con la lectura. Era el primer momento de calma que lograba tomar, respirar con tranquilidad y bajar un poco mis ganas de tomar el armamento y volverme una loca sanguinaria. La gente del campamento no me ayudaba tampoco.

Todos los días, por donde pasara, los escuchaba murmurar lo valiente que era para mi edad, lo fuerte y decidida, pero ¿Realmente lo estaba siendo? Más de una vez pensé en dejar una carta que pida comunicar que morí en batalla y pegarme un tiro, así, sin más.

Estaba asustada hasta los cojones que no tengo, me sentía intranquila y quería llorar. Esto... la guerra no es una banda criminal, no es igual de divertida que eso, en definitiva no se sentía como estar jugando algún juego para niños.

La muerte estaba allí, sentada con todos, en todos lados y yo no podía dejar de pensar en mi familia, en mi prometido... Rogaba todas las noches, todo el día por el bienestar de mis hombres. Por encontrarlos en alguno de estos refugios y asegurarme de que allí estaban, de que no me los habían arrebatado.

Estaba sola, rodeada de almas desgraciadas iguales a la mía, pero más bondadosas, menos manchadas de pecado. Odiaba sentirme así, miraba y no veía puntos de seguridad, solo vacío... uno muy profundo y oscuro.

COMO LAS ESTRELLAS | PEAKY BLINDERSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora