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El camino de tierra había desaparecido por completo, ahora se encontraban en un pueblo cercano al centro de Londres. Los tres iban en silencio, siendo el helado viento lo único que se escuchaba. Camille estaba ansiosa, su corazón no paraba de latir ante la anticipación del peligro que les acechaba. Sostenía con fuerza el arma en sus manos esperando una señal clara para descargarla.
Comenzaba a extrañar a Tyrone, él la ayudaba a relajarse cuándo debía. Como en la guerra.
Ben suspiró por decimocuarta vez en lo que iba de hora, la paciencia de la francesa se agotaba con cada calle o casa que dejaban detrás. Tenía la muerte pisándole los talones, lo sabía, el pequeño temor que crecía en ella solo aumentaba la ahogante adrenalina que amenazaba con explotarle en la cara.
Estaba lista, siempre lo había estado para levantar su mano y apuntar al blanco. A veces, muy a su pesar, creía que la vida la había escogido para eso.
Cuando llegaron al centro de la capital era medio día, Camille observaba con abatimiento las calles destruidas de ese sector, las personas caminando a medias, llenas aún de heridas pidiendo o comiendo de la basura. Evitaba sentir alguna clase de tristeza por eso. Las cosas eran como eran, ella sencillamente no podía cambiar lo que había ocurrido y las consecuencias del desastre que otros crearon.
Todo iba bien relativamente, la estación de trenes estaba a unas pocas cuadras más adelante. Sin embargo, cuándo cruzaron la calle que los llevaría a su destino un sin fin de disparos comenzaron a volar por los aires.
La gente que caminaba alrededor comenzó a gritar y correr desesperadas, unos cayeron al suelo con ataques de pánico o desmayados. Era horrible la escena. Harry como iba de conductor tuvo que hacer una maniobra forzada y voltear el auto para salir de allí antes de que alguna bala los hiriera. Pero entonces el auto se detuvo, no tenía más gasolina.
—¡Mierda! —gritó Harry.
Camille miraba con rapidez hacía todos lados buscando una salida o algo que los cubriera mejor del ataque. Sintió un pequeño alivio cuándo divisó una estructura derrumbada que les serviría para refugiarse.
—¡Hay que buscar un lugar seguro! —Camille estaba en el pequeño espacio del suelo del auto— ¡A la cuenta de tres saldremos de aquí y correremos hasta ese muro! —señaló un estructura vertical de concreto que los protegería— ¡Uno!
Los disparos cada vez se escuchaban más cerca.
—¡Dos!
El bullicio estaba descontrolando el orden. Oficiales se acercaban en sus autos tras el reporte del caos en el centro. Los gritos cargados de insultos por parte de los italianos llegaban a ellos. Los habían malditamente atrapado.
