«Un día como cualquier otro»

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Eran las cuatro de la madrugada, cuando ya estaba sonando su despertador para notificarle que debía levantarse. Y lloriqueando por no poder dormir más, pero resignado a cumplir con su rutina, estiró el brazo hacia donde este estaba, y lo apagó; El cuerpo lo sentía pesado. Además, lo estaba torturando un terrible dolor de cabeza. Pero pudo más su sentido del deber así que a regañadientes se frotó los ojos con demasiada pereza, los abrió de a poco, y movió su vista al lado izquierdo de la cama, solo para susurrar un «¡Buenos días!» simulando saludar a su esposa como lo hacía cada mañana desde los viejos tiempos. Y es que, para siempre tenerla presente, dejaba una fotografía de ella en la cómoda del otro lado, acomodada en un ángulo que estuviera hacia él, para que pareciera como si ella lo estuviera viendo en verdad. E igual que como cada mañana, se quedó mirándola un momento. Apreciando una vez más esa belleza impoluta. Amando como siempre la gran sonrisa que adornaba su lindo rostro en esa foto.

Setsuna Meio había sido su primer y único amor. Para sus ojos, nadie era más hermosa que ella. Con su largo cabello oscuro, ojos profundos y hermosos, y cuerpo irresistiblemente deseable. Aunque ya no estuviese, ella le seguía pareciendo la más hermosa. Así era como él la recordaba. Como un ser con sentimientos frágiles, pero eso sí, llena de infinita valentía. Con un corazón tan bondadoso, tan enorme y lleno de amor. Mismo que solo quedó en deuda tras su inesperada y aún inexplicable partida; Incómodo por nuevamente haber acarreado aquellos dolorosos recuerdos, se enderezó, sintiendo de inmediato los calambres típicos de cansancio en su cuerpo. La edad ya le pesaba. Y era absurdo, pues aún ni siquiera cumplía los cuarenta. Eso sí, era bien consciente de que todos estos años llenos de desvelos y malpasadas ya le estaban pasando factura, afectándolo de más, en parte por el exceso de trabajo que últimamente tenía, así como por la amarga pena que llevaba a cuestas, que solo teñía sus días de tristeza, pesadumbre y soledad. Así que, como cada que se despertaba, sintiéndose resignado a su inevitable y apática vida, y sin haber disfrutado de esa noche que había podido dormir sin interrupciones de emergencia, se desperezó y se levantó para darse un buen baño relajante, para así poder empezar esa rutina diaria y pesada que ya lo esperaba. Y una vez recién bañado, cambiado y listo, se preparó su café más algo sencillo para desayunar, para luego sentarse en la misma silla de siempre; «Justo enfrente de la silla que siempre ocupó su esposa» Antes de que su mente volviese a viajar, yéndose a aquella época en la que fue muy feliz. Cuando él aún estaba estudiando medicina general, a casi nada de recibirse, y su esposa estudiaba enfermería. Oficio que a ella le encantaba.

***Flashback***

Estaban de muy buen humor, y más después de haber tomado una ducha juntos y haber hecho el amor con calma en la regadera. Su esposa empezaba a hacer el desayuno, mientras él encendía la cafetera y preparaba las tazas, ambos trabajando como siempre en equipo, sin poder borrar esas enormes sonrisas que adornaban sus rostros. Todo lo hacían en coordinación. Todo lo hacían juntos; Tenían diez maravillosos meses de casados, y él por su parte, ya empezaba a imaginar y a hacerse una idea de la cena sorpresa que quería organizar para celebrar su aniversario próximo. Pero esa mañana, ya sentados en los lugares preferidos de cada uno, hablaban acerca de los varios síntomas que últimamente se le habían estado presentando a Setsuna. Pues, aunque admitían que no les gustaba hacerse falsas ilusiones, aun así, una vaga y pequeña esperanza se alojaba en ellos, de tan solo imaginarse que dichos malestares, fuesen producto de la pronta bienvenida de un nuevo integrante a la familia. Así que, al terminar su desayuno, se fueron directo al hospital. Pero estando ahí, y conforme vieron que aquel doctor leía con detenimiento y precisión aquellos resultados, sus nervios aumentaron. Y para el momento en que el doctor por fin levantó la mirada hacia ellos, la expresión seria que tenía en el rostro solo los llenó de infinita angustia.

SIN QUERER... ME ENAMORÉ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora