La mamá de Benjamín siempre ha sido muy creativa. Le gustaba cada noche enseñarle una historia nueva, que acompañara los sueños de su pequeño hijo. Así lo entretenía, y eso a él le gustaba. Era ya un rito de ellos esperar la hora de dormir, para que la magia empezara.
Apenas fueron al dormitorio, y el niño se acomodó entre las mantas y una pila de almohadas, comenzó un relato que parecía sacado del mismísimo sueño de un escritor trasnochado, pero de completa alegría y optimismo.
Había una vez, en un mundo muy distinto a este... dos príncipes perdidos, de dos reinos imaginarios, con castillos quiméricos, repletos de ilusiones.
Uno reinaba de día y se bañaba del sol y la alegría, y el otro reinaba de noche y se sumergía en la pálida luz de la luna y su melancolía.
Nunca pudieron verse, pero la tarde pertenecía a los dos. Ambos en el crepúsculo podían acceder al otro por medio de la magia de una amistad sincera y compartir su energía, para continuar su misión.
Una gran biblioteca de sueños era la clave para que surgieran las ideas, rieran y se felicitaran por el mutuo trabajo de sus jornadas pasajeras. Los ánimos les ayudaban a continuar en las batallas de su vida y en el crecimiento de sus preciados dominios, que se extendían desde los confines del alba, hasta el más profundo de los abismos.
Decidieron por aquello que siempre serían amigos, aunque sus rostros estuvieran velados por la relativa diferencia, y por los apartados universos en los que vivían sus vidas.
-Espero ellos siempre sean amigos, como yo y Lucas, quien me comparte su colación todos los días, o como con Martina, que vive al lado de nosotros- dijo Benjamín tratando de imaginar la situación que le contaban- pero ellos no se pueden ver ¿Cómo lo hacían para ser cercanos?
-Con el poder de las palabras, hijo. Nosotros somos lo que nos dicen y lo que se nos calla. Esos dos soberanos simplemente se alentaban, dándose palabras afectuosas y cercanas: cuando uno le decía "eres valiente", el coraje del otro aumentaba en una medida, así mismo cuando el otro le decía "no estás solo", podía sentir su compañía.- respondió su madre con una cálida mirada.
-Entonces, haré lo mismo con mis amigos, mami. Les brindaré todo mi apoyo y me aseguraré que sonrían. Les compartiré de mi dicha, como quien reparte un pastel, para que todos comamos.- respondió suavemente bostezando.
Ella solo lo miraba. Estaba orgullosa y tranquila. Sin duda sus historias lograban que su retoño escapara de la pesimista realidad acostumbrada y mirara con ojos optimistas. La fe es lo único que queda al finalizar el día.
-Buenas noches mamá, que tengas lindos sueños, como tus historias.
-Buenas noches hijo, que tu sueño vuele a lugares lejanos.
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Salvadores Sencillos
Non-FictionEn esta pequeña obra contaré historias simples, de personas que pasan por esta vida alumbrando a los abatidos, haciendo el bien y buscando la paz. Si quieres volver a tener un poco de fe en la humanidad, lee si gustas. Estos anónimos seres humanos...