Dalia ponía cada mañana la misma canción en su empolvado tocadiscos. Aquella melodía le devolvía la esperanza perdida hace sesenta años, tras la despedida en el tren del más dulce y honesto amor que vivió en su vida.
La guerra siempre toma muchas vidas, pero jamás supo si la vida de la persona que amó se hallaba en el cielo o en la tierra.
Solo sabía que así como él tomó su camino, el tiempo le hizo también elegir el suyo. Se casó, tuvo hijos, que ahora también tienen los propios y los años corrieron a toda prisa, como si estuvieran en una intensa carrera por acabar su camino. La soledad era de nuevo su compañera, como en aquellos tiempos, donde esperaba que la promesa del retorno fuera una confirmación del futuro.
Se sentía algo inmadura, como si el pasar de los años no hubieran borrado sus inseguridades y el profundo amor que sentía por aquel soldado que partió con su mochila al hombro, hacia el bagón del ejército a cumplir su propósito patriótico.
Cuando oía esa canción podía evocar su joven y humilde rostro, ese que vio por última vez. En su mirada siempre se veía el optimismo y la seguridad. Recordaba como con palabras seguras, le decía que se volverían a ver, y que cuando todo se calmara, la buscaría para conocerse de nuevo, pero esta vez en un mundo en paz, pues eso era lo que merecía su preciosa vida.
Las lágrimas volvían a caer igual que ese día, imaginando el último abrazo y las palabras que nunca pudo decirle cuando se dio la vuelta, para reunirse con sus compañeros. Su juventud y timidez impidieron que ella pudiera confesarse, aunque fuera en el último momento, y estaba segura que aquello hizo que su sentimiento se arraigara con tanta fuerza, sin poder ser difuminado.
Pero ¿Qué podía hacer ahora, más que usar esa melodía como altar a su recuerdo?
Cuando la música cesaba sentía el llanto seco en su mejilla y como volvía a su rutina cansina con un poco más de poder. Ya no esperaba nada más tampoco, y el reloj no detenía su curso.
Pero la vida siempre es abstracta, y como si el destino supiera de aquellas profundas emociones contenidas y expresadas en la soledad, aquel soldado cansado volvió a sus sueños.
Esa noche era fría y el viento golpeteaba las antiguas ventanas de madera, logrando pasarse a través de las hendiduras y haciendo bailar lentamente las cortinas de lino azul, que decoraban la habitación. Ahí, en medio estaba ella recostada en su cama, sin ninguna decoración más que sus pesadas mantas de lana para entrar en calor.
Aquella imagen oscura y solitaria se contraponía con el bellísimo campo de flores amarillas que evocaban los preciosos mundos oníricos de la mente de esta anciana.
En el horizonte, caminando a paso lento, podía divisar al amor de su vida, algo sucio y maltratado, pero con la misma mirada segura y amplia sonrisa. Sin dificultad, podía escucharlo vociferar a través del paisaje:
-¡Te dije que volvería!
Ella sentía como todos sus achaques y vejez se desprendían como escamas, y la completa felicidad se apoderaba de un rejuvenecido corazón, corriendo a abalanzarse a sus brazos. Aunque quería hablar, de su boca no salían palabras, por lo que simplemente optó por afirmarse con mayor fuerza a su cuello, que tenía algunas cicatrices y heridas, que parecían ser sanadas por el toque de sus manos.
Él entonces, siguió hablando.
-Ahora que el mundo está en paz, vengo a buscarte. Ahora habito en el reino más sublime y maravilloso, pero se encuentra vacío, si no estás tú conmigo.
"El paraíso me está esperando", pensó por un momento. Miró hacia atrás unos minutos para contemplar que su camino había acabado en el campo de flores.
En completo silencio, cumplió el deseo más oculto de sus ensoñaciones y besó delicadamente los labios de su amor perdido. Aquella acción pareció destrabar su mutismo y comenzó a llorar con una mezcla de emoción y tristeza, pues sabía que su amigo había sucumbido antes, y su sacrificio le había otorgado la larga vida, que seguramente habría anhelado él en su compañía.
- Corrí un largo camino, e hice mi vida, amor mío, pero tu recuerdo se mantuvo también vivo, como el día que partiste...- le dijo entre lágrimas, que fueron limpiadas con el suave tacto de su compañero. La sonrisa de él se mantenía inalterable, como si a pesar de haber muerto, estuviera satisfecho por haberle dado la oportunidad de vivir todo lo posible a su amada amiga, por quien luchó hasta su final.
Se miraron intensamente unos segundos, hasta que el soldado extendió su mano, para entrelazarla con la de Dalia, y partir a su nuevo rumbo.
En el mundo de los sueños aparecieron los más bellos paisajes a medida que se alejaban por el mismo horizonte por donde surgió la figura anhelada, hasta perderse de vista. Se habían ido para no volver.
Mientras tanto, en aquel dormitorio oscuro, enfriado por el viento intruso que finalmente logró hacer ceder una de las ventanas, dejando un camino invisible, que solo las cortinas pueden dibujar, la mujer tendida en su modesta cama daba un último suspiro con una sonrisa dibujada tenuemente en su rostro helado, agradecida por su reposo y su promesa cumplida al final de sus días.
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Salvadores Sencillos
Non-FictionEn esta pequeña obra contaré historias simples, de personas que pasan por esta vida alumbrando a los abatidos, haciendo el bien y buscando la paz. Si quieres volver a tener un poco de fe en la humanidad, lee si gustas. Estos anónimos seres humanos...