Capitulo 20

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Abrí los ojos con el sudor pegado a mi cuerpo. Una pesadilla. Otra más. La oscuridad y los ojos rojos, mirándome, acechándome.

Adam movió su brazo alrededor de mi cintura y ante mi movimiento me envolvió pegándome más a él. Su cuerpo desnudo, pegado al mío. Calentándome en medio de la fría mañana. Por un momento me aterré de mí misma. De lo que estaba sintiendo en ese momento. Por la forma en que no dejaba de pensar que Thomas solo había sido una victima en todo esto.

Ah claro, yo no me podía creer eso. No después de todo lo que había visto y oído. Y por eso odiaba pensar tanto en eso. Darle tantas vueltas al asunto.

La respiración de Adam erizó los bellos de mi cuello y me estremecí ante el tacto suave de sus dedos sobre mi estómago. Estaba despertando, todo. Todo de él estaba despertando.

—Buenos días — él dijo, su voz ronca. Despejada, como si hubiera descansado por fin en realidad después de mucho tiempo. Puse mi mano sobre la suya y me apreté contra ella.

—Hola — entrelazamos nuestros dedos.

Nos acurrucamos otro rato más y él volvió a quedarse dormido mientras me abrazaba. Yo lo intenté, pero no pude conciliar más el sueño. Si cerraba los ojos veía a esa mujer a la que no quería ni nombrar y me daba asco.

Así que con mucho sigilo me saqué el brazo de él de mi cuerpo y me deslicé fuera de la cama. Me puse la bata de seda y lo contemplé sobre la cama. Demasiado grande para los dos. Él se veía... exquisito ahí, tendido hacia un costado. Su cabello largo esparcido sobre su rostro y desnudo... totalmente desnudo.

Sin darme cuenta estaba mordiéndome el labio al verlo y tentándome a negar a salir de ahí y tocarlo, sentirlo...

Cerré los ojos y suspiré. La opresión en el pecho no me dejaba en paz. Tenía que aplacarla con algo que no fueran las manos de Adam en mi cuerpo. Eso servía, sin duda. Pero cuando todo terminaba, la sensación... volvía. Me ahogaba, me desesperaba.

Salí de ahí en silencio, el sol frío de la mañana entraba por las ventanas coloniales. Grandes y hermosas y la luz traspasaba el silencio del pasillo con un silencio inusual. Cuando llegué a la escalera el silencio continuó torturándome. Mi mente me gritaba una cosa, un nombre... en silencio. Con los dientes apretados. Pero la hice callar. ¿Por qué tenía que importarme? Puse mi mano sobre la baranda y me deslicé hacia abajo por las escaleras.

Silencio.

Solo se oía el sonido de la servidumbre en la cocina y aunque el estomago me crujió de hambre no quise asomar la cabeza para rogar por un poco de comida. Por más que lo necesitara. Caminé pasando las manos por las mesas elegantes del pasillo, las esculturas de personas desnudas acomodadas perfectamente en cada espacio asignado y me detuve ahí, en la puerta donde anoche mi corazón se había trizado y observé entre las pequeñas ventanillas de la puerta la oficina de Thomas.

No había nadie ahí, así que sin pensarlo giré la manilla y entré.

Cuando había estado ahí la noche anterior no me di cuenta del olor a libro que había ahí, un olor agradable a libros y a tinta, incluso podía jurar que el perfume de Thomas aún andaba por ahí en algún lugar. Mi pecho dio un tirón y la respiración se me trancó en los pulmones. Asumía ese sentir al odio hacia él y el pensar tanto me hizo arrugar la frente cuando me deslicé hacia su escritorio y pasé mis manos por la madera... madera brillante y hermosa. Dura...

Tenía un lapicero y nada más sobre él. La silla era de cuero negra, era grande... enorme. Como un trono muy cómodo para alguien como él. Me estremecí, un escalofrío que me recorrió la espina dorsal como si hubiera sentido que alguien estaba viéndome y aparté la vista hacia la puerta. Pero no era nadie.

Cinco Razones ━ Thomas Sharpe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora