Capitulo IV

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―¿Ya se secó mi camisa?

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―¿Ya se secó mi camisa?

―Sí, ya te la paso. ―Descuelgo la camisa de botones del árbol para dársela a su dueño. Paso encima de una raíz que sobresale del suelo y se la tiendo.― Agradece que el sol se puso de buenas para secarla. 

Hugo la toma,  está detrás del árbol vistiéndose y es mi turno de atenderlo. Él hizo lo mismo por mi.

―Gracias, ratoncita. ―Cierra uno a uno los botones cosidos en columna, dejándose libre los tres botones de arriba mostrando una apariencia mas adulta. Coge sus zapatos, saco, y suéter; saliendo de atrás del árbol y sentándose frente a mi.― ¿Los tuyos ya se secaron o siguen mojados?

―Mojados y las medias ni hablar. ―Con los pies descalzos me muevo para aclocarme a su lado un tanto congelada, recostándome en su brazo. 

Me cabecea tiernamente por mi animo tan callado para llamar mi atención; no estoy triste solo que estoy cansada, hoy fue un día muy diferente a los que he tenido por al menos unos ocho años luego de la muerte de padre y madre. Justo ahora deseo llegar a la casa de la señora Weber y dormir. 

―Lo siento, estoy agotada. 

―Y congelada; mírate los pies. ―Alzo mi pie derecho y Hugo no se equivoca, mis uñas están moradas y no falta mucho para que mi pies también lo sean.― ¿Es normal que te pase eso?

―Sí, desde muy pequeña sufro de hipotermia. ―Acuna mi rostro observando como el sol se oculta. Soplo como si mis pulmones necesitaran botar el aire que guardan.― Gracias por seguirme.

―¿Qué?

―Te estoy agradeciendo por haberme seguido. 

Hugo suelta una risa franca, colocando sus brazos sobre sus rodillas, entrelaza sus manos y voltearme a mirar.

―Tenia que hacerlo, me sentía realmente mal cuando hablamos en el pueblo, si es que se le puede decir que hablamos.

―Ah, eso... ―Respiro resignada y continuo sin mucho entusiasmo.― Ya estaba harta de que nadie me creyera y que tú te le sumaras. Me lleno el vaso y no soporte.

―Creo que ambos compartimos culpas, yo por no creerte y tu por haberte marchado así ―Mueve sus manos emitiendo pequeños aplausos en tiempos pausados.― En verdad me disculpo, Mikela.

―Te disculpo. ―Lo miro con una pequeña línea curva en mis labios. Sus ojos verdes son más claros en el Ocaso. Tiro a la maravilla que nos alumbra a poco de oscurecer desvaneciendo mi sonrisa.― Indiferente de la situación,  yo soy la que está metida en esto. Nadie me puede ayudar.

―Estas equivocada. No estas sola en esto.  

Volteo mi cabeza anonada, sin creer lo que de sus labios salió hace unos segundos. 

No estas sola en esto. 

Mi corazón es una bomba de carro que en algún punto estallara en mi pecho, es un sentimiento extraño: alegría, excitación o es nada más mi ansiedad que se apodera de mi cuerpo. Sus facciones son series y sin una pizca de burla. Dice la verdad. Se mirada se enfoca a su derecha dónde a lo lejos queda la senda de la antigua biblioteca de la que huimos. 

𝐃𝐄𝐌𝐎𝐍𝐒 (EN PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora