Capítulo XV

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Estación de trenes Liverpool Street 2:45pm

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Estación de trenes Liverpool Street 
2:45pm

Taquilla de billetes

―¡Esto es un tremendo desnalgue Dios! ―Exclama impresionada por el gran número de persona en la estación. Todo esta por completo lleno.

Nunca creí ver un sitio que desborde tantas personas como este. Una vieja fabrica de cigarrillos reutilizada como estación central de la ciudad. Techo alto con varios vigas de acero encorvados debajo de un gran vidrio que nos separa del cielo azul, que nos ilumina en compañía del sol; paredes de ladrillos descubierto; adornadas con viejas papeletas de productos pegadas desde hace algunos siglos. 

Cada parte donde mire hay un faro de luz o un buzón de moneda con periódicos al costo de una tabla de chocolate ―que cuesta de diez con sesenta libras―. Mujeres y hombres en su mayoría, de vestimenta formal cruzan entre si, me recuerdan al mar que cocha contra las piedras para seguir su paso, perdiéndose entre ellos mismos; de vez en cuando se diferencia a una o dos personas por el color opuesto al que llevan los demás; parejas; familias o algún vagabundo o invalido pasar.

Pequeños negocios aportan a la actividad en el movimiento de la ola de personas. Cafés abiertos desde la salida del sol con esa esencia a café que muchos necesitan para soportar el día; pastelerías ofreciendo pequeñas muestras del tamaño de la palma de un recién nacido; desayunos en las ventanillas de los locales impregnando el olfato de quien pase ahí; perfumerías, tiendas de ropa, floristerías reciben en sus puertas la entrada de damas, caballeros. 

El sonido chirriante de los silbatos en la estación notifica el siguiente abordaje de pasajeros al tren y la entrada de otro para descenderlo, las ruedas chocar contra los rieles de los carriles. Miles de ruidos se cuelan por mis oídos al tratar de mantener el mismo ritmo que Hugo y la señora Weber.

Vamos a la área de taquillas a pedir los nuestros. Lo ideal era llegar a la una con cuarenta y cinco de la tarde, pero el señor del carruaje nos quería cobrar mas de lo debido y no era correcto, así que entre Hugo y la señora Weber, como ellos me dijeron, se "encargaron" de hacerle entender que lo que debe de cobrar es el mismo precio que circula en el país, y no el precio que él pedía. 

La imagen fresca de como tenía Hugo las manos y la señora Weber el cabello, parecía un gran nido de aves, y la del señor. Refunfuñando maldiciones en murmuros arreglándose su camisa y se sostenía la gorda mejilla cubierta de sudor como su rostro, el chichón le resaltaba en la calva con ese brilloso rojo. 

 ―Es aquí, señora Weber. ―Hugo señala las taquillas donde hay grandes grupos de personas.

―Virgen santísima, hay demasiadas persona. Tenemos que buscar otro medio para pedir los billetes.

Un escalofrió golpea mi espalda en una zonda de alta velocidad, una inquietud. 

Giro sobre mis talones a ver entre aquel mar turbulento de personas y es difícil saber si hay alguien que lo haga. Pero esa inquietud sigue en pinchándome la espalda, tiro mis ojos de esquina a esquina siendo flashes viajando por el lugar.

𝐃𝐄𝐌𝐎𝐍𝐒 (EN PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora