23 de Junio de 2014 - tribunal de justicia de Manhattan
- ¿Es verdad que el señor André Sanders extorsionó a Michael Waters por tener con él una deuda de medio millón de dólares en cocaína, heroína y LSD? – Me preguntó el fiscal Williams, mientras yo, agazapada y escondida en el estrado en el que estaba a punto de condenar a mi padre a cadena perpetua, respiraba con dificultad.
Mi padre, André Sanders, el principal magnate del cartel más importante del estado de Nueva York. Un hombre al que no le había importado nunca asesinar, extorsionar, secuestrar, mutilar, amenazar... para mantener su negocio, blanquear el dinero de la droga y seguir enriqueciéndose con todo lo que estaba pasando en el país; promocionaba a políticos, universidades y muchas obras benéficas para poder tener su dinero bien limpio, prácticamente controlaba toda la ciudad y medio Estados Unidos. Y en ese momento, estaba a punto de echarme al cartel entero sobre mi cabeza para mandar a ese bastardo, que había matado a uno de mis mejores amigos y a mi madre biológica, a la cárcel.
- Sí, es verdad. – Conseguí decir armándome de valor y desterrando de mi corazón cualquier resto de cariño que tuviese hacia mi padre. Él me miró a los ojos con desprecio, como si hubiese sido mejor no engendrarme, más rentable y menos problemático.
- ¿Es cierto que el señor Sanders asesinó o mandó asesinar a más de ciento cincuenta personas y mandaba deshacerse de los cadáveres para que no quedara registro de los crímenes?
- Sí.
- ¿Y es verdad que mató al agente Adam Anderson, infiltrado en su instituto para destapar el negocio de su padre, de un tiro en la cabeza y que quiso obligarla a usted a hacerlo?
- Sí, lo es, lo hizo frente a mis ojos llamándome traidora y amenazando con acabar con mi vida. Si no llega a ser por el agente Anderson, que fue capaz de pedir refuerzos, ahora mismo estaría muerta.
- Esto es todo señor juez. – El fiscal se sentó en su sitio, y el juez declaró que él y el jurado se retirarían a deliberar y que a la media hora se reiniciaría la vista para exponer el veredicto.
Salí de la sala con mi abogado que me acompañó a por una infusión que me calmase los nervios, sabía que ahora iba a tener que dejar mi vida, a mis amigos, todo lo que era y creía conocer. Porque ahora todo el mundo del cartel de mi padre querría verme muerta, probablemente, con un tiro en el corazón.
Me separé un momento de mi abogado y un par de policías para ir al baño. Me situé delante del espejo, la noche anterior no había logrado conciliar ni un momento el sueño y tenía ojeras que desmejoran mis ojos chocolate. Me recogí uno de los mechones que se habían escapado de mi coleta conjuntada en tonalidad con mis ojos y me eché un poco de agua en la cara. Al levantar la vista tuve que contener un grito un grito, mi padre y dos matones estaban detrás de mí. Me giré y miré a los fríos ojos azules de mi padre, que ya no me miraban como si fuera su hija. Ahora era un objetivo más, alguien a quien quitarse de en medio. Y en este momento, en este baño puede que me hubiese llegado la hora.
- Debí haberte matado junto a tu madre, no dais más que problemas. Sois una carga. - tragé saliva conteniendo la respiración y las lágrimas. Ver a ese hombre rubio, con el que tantas veces había jugado de niña y que tantas veces me había llevado a caballito, mirándome con tal desprecio, que a cualquiera le partiría el corazón, me destrozó. Pero tenía que hacerlo, debía ir a la cárcel en ese momento en el que tenía 18 años y podía irme, huir de él, muy lejos. - Pero no te saldrás con la tuya, te encontraré y acabarás como tu madre, en la misma tumba, con los traidores.
Unos policías entraron y se llevaron a ese hombre de ojos escalofriantes y a sus dos matones. Una ola de pánico me invadió enfriando mi cuerpo hasta dejarme helada, mis manos temblaban y noté que mis rodillas cederían en cualquier instante, así que me aferré al lavabo intentando recuperar la calma. Entró mi abogado, que me rodeó con sus brazos en un gesto tranquilizador. Era un gran amigo de mi madre y me estaba ayudando en todo este trago que hacía que me sienta sucia y una mala persona; una hija deshonrosa y una traidora. Pero en el fondo de mi ser sabía que no era así. Sabía que tenía que hacerlo, que debía hacerlo; por Max, aunque fuese un agente encubierto y Max no fuese su nombre, y por toda esa gente que había sido asesinada por mi padre. Gente a la que debo un buen final, a ellas y a sus familias.
Cuando nos volvimos a reunir en la sala para escuchar el veredicto sentí un gran alivio al ver que a mi padre lo flanquean tres policías y que los hombres que lo acompañaban en nuestro encontronazo en el baño habían desaparecido. Me limité a mirarle solo de reojo, temía enfrentar su mirada directamente de nuevo. El juez entró por su puerta al fondo de la sala y el jurado tomó asiento. Los miembros del jurado pasaron un papel al juez y este se levantó y con voz oficial, y orgulloso, leyó en voz alta lo que en él había escrito, la decisión que sin duda cambiaría mi vida.
- De los cargos de asesinato a un número mayor de la centena de personas se declara al acusado: inocente; de los cargos de asesinato al agente de policía Adam Anderson se declara al acusado: culpable; de los cargos de tenencia, producción y distribución de estupefacientes se declara al acusado: culpable. Este tribunal le declara a cadena perpetua. - Se armó un revuelo en la sala al escuchar el veredicto mientras yo suspiré aliviada. Por fin... Por fin era libre.
André se levantó de su silla e intentó acercarse a mí, estaba a punto de cargar contra mí. Yo me achanté y encogí en mi silla - Algún día, cuando creas que estás a salvo, cuando te enamores, cuando pienses que todo ha terminado apareceré, apareceré y te quitaré todo aquello que ames para que veas lo que es el verdadero sufrimiento y después te mandaré al nicho que te mereces. - y los policías se lo llevaron, sacándolo de la sala, y dejándome sola con la amenaza suspendida ante mí.
- Pensamos reclamar este veredicto - dijo el abogado de André saliendo por la puerta.
Dos días más tarde.
- Tu nueva identidad será Abigail Lawliet, una estudiante australiana de Sídney en la universidad de la ciudad. Te hospedarás en la residencia de la universidad y esperamos que una vez acabes tu carrera y el tiempo haya calmado los ánimos puedas llevar una vida normal.- me dijo mi abogado, debía acostumbrarme a ese nombre, hacerlo mío. Ya no era Emily Sanders, era Abigail Lawliet; Aby Lawliet.
- Muchas gracias - dije agradecida abrazando a todos los que me habían proporcionado una nueva identidad, una nueva vida, mi nueva vida.
- No tienes por qué darlas Emi... Abigail, gracias a ti el asesino de mi hermano está entre rejas, sin ti no habría sido posible - dijo Chuck, el informático.
- Saldrás mañana por la mañana, la rectora Cooper te atenderá en la puerta. Además tienes una cuenta oculta con una parte del dinero de tu padre para que puedas vivir hasta que encuentres un trabajo.- me informó mi abogado.
- No quiero nada del dinero de mi padre gracias, podéis usarlo para ayudar a gente que lo necesite de verdad. - dije y salí rumbo al piso franco para hacer la maleta. Estaba impaciente por llegar a mi nueva casa, una residencia en la Universidad de Sídney. Tendría una compañera de habitación, podría estudiar lo que quería de verdad y por fin vivir sin él y sus sucios trucos. Aunque ahora tenía que ir con mil ojos por miedo a recibir un tiro, tendría que andar pendiente de mi vida todo el tiempo y no me puedía fiar de nadie; ni si quiera de mí misma.
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Protégeme
Teen FictionPara entrar en el programa de protección de testigos solo hay cuatro normas: 1.- No te fíes de nadie, cualquiera puede querer matarte. 2.- No cabrees a la poli, es tu mejor aliada. 3.- Sé discreta, llamar la atención hará que acabes con una bala en...