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Harry tragó saliva cuando tuvo un pie dentro de la mansión donde Louis habitaba.

Jamás había visto casa más lujosa que esa, y eso que él las diseñaba.

Se dejó arrastrar por toda la sala de estar, mordiéndose el labio inferior cada vez que sentía los dedos de Louis aferrarse a su cintura por encima de la ropa.

Sus piernas no reaccionaron cuando él le dijo que se sentara en cualquiera de los sillones que estaban ahí, que se sintiera como si fuera su casa, que él tenía que ir a buscar un par de cosas.

Harry no mentía cuando afirmaba que los pies le cosquillearon el corto camino que había desde donde Louis lo había dejado hacia el sillón, que en realidad eran dos pasos.

Y era que no podía moverse, porque el otro lo había traído a su lado todo el tiempo, incluso en el auto cuando se sentaron juntos en los asientos de atrás y le apoyó la mano en el muslo, o cuando se excusó que por culpa del pozo que el chófer había agarrado -sin querer- terminó por desprenderle un par de botones de la camisa.

Se tuvo que llenar los pulmones de aire y repetirse a sí mismo que no podía ser un adolescente virgen, cuando claro estaba que esa etapa ya la había dejado atrás hacia tiempo.

Casi que arrastró sus pies hasta el sillón más cercano y se dejó caer en él, jadeando cuando se encontró con una superficie tan tierna, acolchada, que su cuerpo se hundió un poco de más en ella.

Y en eso que estaba relajándose por completo, observó por el rabillo de su ojo a Louis caminando hacia él, con dos copas en las manos.

Tragó saliva. Sinceramente, se sentía en el medio de una película.

Se removió en su asiento mientras lo esperaba y buscó en los bolsillos de sus pantalones algún cigarrillo porque de verdad lo necesitaba, pero se arrepintió al instante porque sabía que era de mala educación fumar en una casa que no era la suya.

Además, no veía ceniceros cerca y no iba a tirar las cenizas sobre una alfombra que probablemente valía más que todos sus órganos juntos.

—¿Vino si tomás?

Harry parpadeó en su dirección, medio asustado porque estaba tan perdido en sus pensamientos que ni cuenta se dio que ya lo tenía en frente.

—Eh... si, vino, si.—tartamudeó, porque otra vez Louis lo estaba poniendo nervioso y no entendía la razón.

En realidad no cabía en su cabeza el hecho que, hasta el día de su despedida de soltero, había tenido una vida normal y tranquila, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba besándose con un hombre, entregándole hasta el alma y permitiéndole conocer sus lugares más secretos.

Para colmo, no era cualquier hombre. Era un sugar daddy. Y estaba empecinado con él, en poseerlo, en hacerlo suyo y en darle hasta el último centavo de su cuenta bancaria si tan sólo con eso le prestaba un ratito de atención.

Tomó la copa y la acercó a sus labios, mojándoselos sólo un poco para que Louis no pensara que él era un maleducado que, encima que estaba pensando en fumar en su casa, no le aceptaba un trago.

Le sonrió, levantando su mirada hacia él, y el otro le guiñó un ojo, conforme con su acción al parecer.

—Entonces, Harry.—habló Louis, sentándose en el sillón frente al suyo, adoptando esta posición de millonario y magnate, con las piernas cruzadas y los brazos sobre el apoya-brazos.—¿Cuántos años me dijiste que tenías?

—Veintisiete.—respondió rápido, tomando un sorbo de vino, a sabiendas que quizás las cosas se irían por las ramas y necesitaba un poco de confianza si iba a tener que hablar de su vida personal.—¿Vos?

Lo mejor del amor. [L.S] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora