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Hana echó un vistazo a la multitud y deseó estar de vuelta en Locos por los Libros, celebrando su lectura semanal de poesía. La cena a la que asistían esa noche era clave para el futuro profesional de Jin. Sabía que entre los invitados se encontraban muchas personas importantes y Jin debía causar una buena impresión si quería que tuvieran en cuenta su proyecto.

Tras entregarle el abrigo a la encargada del guardarropa, dejó que Jin la acompañara hasta el atestado salón de baile.

—Supongo que has trazado un plan de ataque, ¿verdad? —le preguntó—.

¿Quiénes son las dos personas en las que deberías concentrarte?

Jin caminaba hacia una espesa nube de humo de tabaco. Un reducido círculo de ejecutivos con aspecto conservador rodeaba a un hombre vestido de forma impecable, con un traje gris y una corbata de seda.

—Hyoshi Komo va a construir el restaurante japonés. Su voto es crucial para lograr un tercer socio en el plan de desarrollo del río.

—Bueno, y ¿por qué no te acercas para hablar con él?

Hana tomó una tartaleta de salmón de la bandeja que llevaba un camarero ataviado con un esmoquin, y después cogió una copa de champán de la bandeja de otro.

—Porque no quiero formar parte del grupo. Mi plan es diferente. Hana bebió un trago de burbujeante champán y suspiró, encantada.

—No te emborraches —le advirtió él. Ella resopló.

—No sabía que los maridos fueran tan controladores. Vale, ¿Quién es el hombre al que debes impresionar en última instancia?

En ese momento la expresión de Jin se volvió calculadora.

—El conde Jeon Jungkook. Es el dueño de una exitosa cadena de pastelerías en Italia y ha decidido expandir su negocio en Estados Unidos. Quiere abrir la primera tienda aquí, en el proyecto del río.

Al ver que Hana apenas le prestaba atención porque estaba concentrada en las tartaletas de cangrejo que tenía al lado, Jin resopló, cogió dos y se las puso en un plato.

—Come —le dijo.

—Vale.

Hana claudicó, sin protestar siquiera por la orden. Se metió la primera tartaleta en la boca y gimió, encantada.

Jin frunció el ceño y en ese momento ella comprendió que por su culpa estaba muy gruñón. Otra vez. Le estaba mirando los labios como si él también quisiera comerse una tartaleta de cangrejo.

—Hana, ¿me estás escuchando?

—Sí. Jeon Jungkook. Una pastelería. Supongo que quieres que circule entre los invitados para cantar tus alabanzas, ¿no?

Jin esbozó una sonrisa tensa.

—De momento voy a concentrarme en Hyoshi. ¿Qué te parece si mantienes los ojos abiertos y buscas al conde? Es alto, con acento italiano, y de pelo y ojos oscuros. A ver si consigues trabar conversación con él. Así no te aburrirás.

En la mente de Hana resonó una lejana campana a modo de alarma, pero apenas le prestó atención y a que estaba más interesada en los deliciosos aperitivos.

—¿Quieres que hable con él?

Jin se encogió de hombros, si bien fue un movimiento muy estudiado.

—Vale. Sé amable. Si descubres algo interesante, dímelo.

De repente, Hana sintió un escalofrío en la espalda al comprender exactamente lo que Jin esperaba de ella.

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