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Jin cerró la puerta tras él y se dejó caer en el sillón de cuero. Con la vista clavada en su mesa de dibujo, cerró los puños para contener el hormigueo. Ansiaba crear. Se imaginaba los materiales: arenisca y ladrillo. Paneles de cristal y suaves curvas. Por las noches, las imágenes bailoteaban tras sus párpados cerrados y ahí estaba, el dueño de Dreamscape Enterprises, pasando la mayor parte de los días de reunión en reunión.

Soltó un taco entre dientes. Sí, las reuniones del consejo de administración lo irritaban por las estrategias burocráticas y sus propuestas de reducción de gasto. La mayoría de los miembros del consejo se oponía al proyecto de rehabilitación del río, y a que muchos creían que la empresa iría a la quiebra si conseguía el contrato y él era incapaz de acabarlo en los plazos acordados. El consejo tenía razón. Pero él tenía la solución.

No pensaba fallar.

La fiesta de Jeon se celebraría el sábado por la noche y a esas alturas todavía no había concertado una reunión con él. Hyoshi Komo tampoco lo había llamado. Estaba atrapado en la casilla de salida y lo único que podía hacer era esperar hasta que el italiano moviera ficha y contar las horas que faltaban hasta la fiesta. Tal vez Jeon quisiera verlo moverse en el ámbito social antes de concertar una reunión, al contrario de lo que le había asegurado a Hana.

Hana...

Su simple nombre le provocaba un nudo en las entrañas. La recordaba en el salón la noche anterior, saltando, gritando y meneando la cabeza con incredulidad después de ganarle una partida de ajedrez. Una mujer adulta que actuaba como una niña. Sin embargo, él se había reído a mandíbula batiente a su lado. De alguna forma, por guapas que fueran siempre sus parejas, su sentido del humor era muy superficial. Hana le provocaba verdaderos ataques de risa floja, como si fuera un adolescente.

Lo llamaron a su número personal y cogió el teléfono.

—¿Sí?

—¿Le has echado comida al pez? Jin cerró los ojos.

—Hana, estoy trabajando.

La escuchó resoplar con muy poca elegancia.

—Y yo. Pero al menos y o me preocupo por el pobre Otto. ¿Le has echado comida?

—¿Otto?

—Tú insistes en llamarlo «pez» y eso hiere sus sentimientos.

—Los peces no tienen sentimientos. Y sí, le he dado de comer.

—Los peces sí que tienen sentimientos. Y ahora que estamos hablando de Otto, te confieso que me tiene preocupada. Está en el estudio, un lugar que casi siempre está desierto. ¿Por qué no lo trasladamos al salón para que nos vea más a menudo?

Jin se pasó una mano por la cara y suplicó que no se le agotara la paciencia.

—Porque no quiero que una pecera arruine el efecto de la decoración de una estancia importante. EunJi me regaló ese bicho a modo de broma y fue odio a primera vista.

El silencio que se produjo al otro lado de la línea fue gélido.

—Dan mucha guerra, ¿verdad? Supongo que no te gustan los animales ni las personas. Siento mucho tener que decírtelo, pero hasta los peces se sienten solos.

¿Por qué no le buscamos compañía?

Jin se enderezó y decidió ponerle fin a la ridícula conversación.

—No. No quiero otro pez y no vamos a cambiarlo de sitio. ¿Te queda claro? Se escuchó una especie de zumbido.

—Clarísimo.

mpc | ksjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora