C.C.

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Paso a Paso

      Unas cachorras de león pasaban sus acomodados días recorriendo la curiosa mansión que tenían como hogar. 
      Los espejos y las altas ventanas siempre eran luminosos misterios insondables.
      Las frías y marmoladas paredes pulidas las protegían del calor y de las flores de las praderas.
      Sus colitas levantadas adornaban las habitaciones de a ratos, cuando sus patas aburridas barrían el suelo.
      Hace siglos ya que su especie había adquirido el poder del relámpago, pero este era una molestia cuando las patas no podían tocar la tierra.
      Todo ser vivo de la mansión, lo que las incluía, vivía bajo el cuidado de Madame, la anciana y paciente dueña de una extraña fortuna.
      Madame sabía que las cachorras se aburrían de una forma que dejaba poco a la imaginación, pero eran aún demasiado pequeñas para conocer el enorme mundo que las contenía.
      Pero un día soleado de verano, Madame abrió una de las ventanas más bajas, de las que daban a la calle de adoquines, y acomodó a conciencia un pequeño mueble debajo de ella.
      Cuando se fue, el tentador brillo de las cortinas blancas motivó a las hermanas a subirse al pequeño mueble.
      Y dieron su primer vistazo al mundo...
      Pero alguien más las estaba viendo.
      Un cachorrito de su misma edad, blanco como un jabón, las miraba con ojos tan acuáticos como el gran charco que se cernía imperturbable sobre todo lo que se podía ver.
      Tal vez el mundo era muy grande.
      Pero si ese charco absurdamente inmenso podía caber en los ojos de un león, ¿por qué no explorarlo?

(2/12/21)

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