Parte de la manada

      —Ouuuuuuuu...

      La nieve nueva y quieta jugaba a un extraño juego de luces y sombras con el sol del atardecer. Ella no entendía por qué ese bosque casi siempre parecía estar suspendido en un eterno limbo entre el día y la noche.

      El sol obraba de maneras muy raras en los bosques.

      Sus patas hacían susurrar quejumbrosamente al amplio manto blanco que se extendía hasta el horizonte. Y sus garras, acostumbradas a las cálidas hojas y hierbas de su hogar, se congelaban lentamente.
      Los escuálidos árboles que se encontraban a las afueras del bosque le dieron la bienvenida. El aire estaba frío y quieto, como suspendido. De vez en cuando se escuchaban rápidos movimientos y débiles chillidos entre las raíces, o por debajo.
      Junto a la alargada y oscura sombra que iba frente a ella, y que se fundía lentamente bajo los árboles, otro lobo la acompañaba. Su seria y firme mirada se enfrascaba en vigilar el camino que recorrían, con el ceño fruncido. Más de lo habitual. Y en el cuerpo canino que aún no sabía manipular a la perfección, su cadera se movía como la de un Pastor Alemán, lo que preocupaba a su compañera.
      Sus cuerpos intentaban moverse con la gracia y agilidad de la especie a la que pertenecían originalmente, pero la anatomía de los lobos no estaba hecha para eso. A veces ella daba pasos demasiado largos para unas robustas patas, salvándose de caer apenas, por la rapidez de sus reacciones. Y los cuellos no estaba hechos para permanecer erguidos durante una caminata, de lo cual se quejaba claramente la columna.
      Sin embargo, totalmente alejada de las cuestiones físicas, ella recorría el hilo de sus pensamientos a cada paso, y no un bosque nevado al atardecer.

      «¿Por qué querría "el Alfa" llevar a cabo una jugada tan extraña?»

      «Tal vez porque ya se había hartado de las "idas y vueltas" de la que iba al encuentro de su manada.»

      «Tal vez sus hijos lo atosigaban día y noche por culpa de esta caminante abstraída.»

      Una brisa helada le acarició los flancos a la pareja, y les trajo algunos sutiles aromas de lobatos juguetones.
      Ya estaban llegando.

      «Sus hijos seguramente eran imposibles con el tema: siempre que ella aparecía en escena, ya tenía como a cinco tarados que solo querían que fuera "suya".»

      «"Suya".»

      «Sería complicado si...

      Su compañero levantó la cabeza bruscamente, y ella paró en seco, imitándolo. Al parecer las plantas sobrevivían mejor bosque adentro. Ahora un abundante sotobosque flanqueaba el sendero de musgo, piedras y tierra.

      La flora también obraba de maneras muy extrañas.

      Unos metros más adelante, justo donde finalizaba el sendero, enmarcada por dos grandes y viejos arbustos, una oscura loba los miraba, sin traza alguna de amabilidad en sus refulgentes ojos.
      La joven no recordaba haberla visto alguna vez en la manada, pero su curiosidad fue interrumpida por el avance del príncipe: se acercaba lentamente a la loba, con la cabeza gacha y la cola golpeándose con las patas traseras. La mirada de esta endureció más aún, pero en un instante se calmó y se apartó del camino para dejarles pasar. En seguida la joven lo siguió e imitó su forma de andar. Estaba nerviosa. A las lobas de la manada no les hacía ninguna gracia que ella acaparara toda la atención de los hijos del «Alfa». Y como ilustrando su punto, la loba oscura le enseñó brevemente los dientes cuando pasó a su lado.

      ¿Qué le habría estado pasando por la cabeza a Alfa White cuando decidió aquello?

      La loba se colocó detrás de ella, esparciendo firmeza y respeto con cada paso que daba, pero con los ojos pegados a quien encabezaba la marcha.

      «Algo habrá en él que le llame la atención.»

      «Tal vez lo encuentra parecido al "Alfa".»

      De repente cayó en la cuenta de su posición: era menos que tomada en cuenta por quien tenía detrás. Y se suponía que ella era la personalidad central, por la cual se estaba llevando a cabo todo aquello. Se sintió como una prisionera siendo escoltada por su verdugo hacia el último lugar.
      Anduvieron un trecho más, y entonces apareció frente a la pequeña procesión el lugar que ella tan bien conocía y despreciaba.

      La Guarida de la Manada.

      Conformada por un imponente montículo de piedras y tierra, más que guarida de lobos parecía la tosca madriguera de unos conejos inútiles. Podían verse con claridad diferentes entradas oscuras, cada una específica para diferentes miembros de la manada. La entrada más alta del montículo conducía al lecho del líder y su pareja. Las intermedias eran para sus hijos y para quienes se encargaban de la caza. Y las entradas que se encontraban a ras del suelo servían para las que tenían el rango más subordinado. Aquellas que habían recibido el infame apodo de «Omegas».
      La joven empatizaba únicamente con esa clase, cuya única función era evitar enfrentamientos entre miembros de las clases superiores, a cambio de injusticias y mezquindades. Eran las lobas más humildes y amigables de toda la manada.

(2-19/12/21)

TodoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora