Capítulo V (malas noticias)

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A los pocos días llegó una notificación a la que era la oficina de nuestra organización juvenil, participándonos que la nueva mensualidad de alquiler ya no sería en moneda nacional por los recientes acontecimientos de la economía del país, y que sería en divisas convertibles y de un monto para nosotros imposible de cubrir.

Logré mantener la organización juvenil con parte de mi ingreso como profesor, pero ese ingreso también se desplomaba al ritmo del país y así tuve que participarle a mi equipo que ahora trabajarían en la organización de gratis.

En ese año, la huida migratoria de ciudadanos de mi país, fue de proporciones épicas, tanto, como la caminata de los judíos al salir de Egipto, todos los días empezaron a irse amigos, familiares, conocidos, desesperadamente y huyendo de la debacle económica que apenas empezaba, de pronto y a meses de haber llegado de aquella aventura tan placentera en México, me sentía en el Titanic buscando a dónde aferrarme para no hundirme y no dejar hundir a los míos.

En seguida, tras la abrumadora hiperinflación empezó en el país una oleada de protestas sin precedentes, en las cuales participé activamente, protestas que a los días se tornaron cruentas, violentas y ¿por qué no decirlo? sangrientas.

El ingreso de los ciudadanos se había reducido en 99% con respecto a años anteriores, ningún instrumento bancario servía, desapareció el efectivo y los productos esenciales en casi su totalidad, apenas la reducida y golpeada economía se movía en transferencias bancarias de una moneda nacional que había perdido ya todo su valor o capacidad de adquirir algún bien o servicio.

De repente participaba en alguna protesta y debía correr a buscar algún artículo de primera necesidad antes de que desapareciera por semanas de los anaqueles, de pronto estaba preparando una clase y debía trabajar en otra cosa con algún familiar para generar un ingreso extra que me permitiera cubrir algo que antes tenía por sentado.

Meses después de aquel viaje tan soñado, este fue el país que encontré, y todos los proyectos que había planteado en aquel viaje se vieron esfumados por la debacle económica del país, en unos meses tuve que entregar la oficina y despedir al personal de la organización por la imposibilidad de cubrir los gastos.

Planteaba las reuniones en un sitio público del colegio de ingenieros de mi ciudad, porque para ese momento era amigo del presidente de dicho colegio gremial y ahí podíamos planificar y agilizar algunas cosas sin el compromiso y efectividad de cuando podíamos disponer de un espacio como el que tuvimos.

No pude actualizar mi automóvil y por vivir en una zona conurbana se me empezó a dificultar muchas cosas, sin embargo, mi ánimo y el ímpetu por llevar a cabo mis tareas era el mismo, a pesar de toda esa situación adversa.

En medio de toda esa situación, mi móvil era un oasis, y ahí me perdía en mi habitación revisando momentos recientes y especiales que me animaran a seguir con mis proyectos, revisando fotos, videos, y chateando con personas que habían estado conmigo en las giras internacionales.

Un Milagro IndeseadoWhere stories live. Discover now