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Solo tenía que dormir. Solo eso. Pero no lo estaba consiguiendo. Faltaban apenas 2 horas para que amaneciera y seguía sin poder pegar un ojo y adentrarse al mundo de los sueños. Odiaba aquel maldito insomnio que le impedía descansar. Maldijo por lo bajo y se levantó dándose por vencida. Bajó las escaleras con cuidado de no despertar a nadie en la casa, no quería tener que lidiar con alguna de las tantas personas que allí habitaban en aquel momento.

Cocinaría.

Nada la relajaba más que cocinar. Pero, ¿qué haría? Abrió el refrigerador para indagar con qué ingredientes contaba y así se le ocurriría algo. Quizá un postre. Pasó su mirada por todo su interior y notó huevos, leche líquida, mantequilla y... un bol de gelatina. Sonrió al recordar a Vicente esa misma mañana.

— ¿Y esto? —había preguntado ella al verlo colocar múltiples bolsas en la pequeña mesa de madera ubicada en el centro de la cocina.

—Pues hice mercado —respondió entusiasmado—. Para todos.

—No, si eso lo puedo notar, Chente —dijo risueña—. Me refiero a estas cajas de gelatina.

Vicente apartó su mirada de Natalia, avergonzado.

—Pues... es que usted me dirá corriente y tonto; claro, si usted está acostumbrada a esos postres de lujo que prepara —la miró—, pero se me antojaban unas gelatinitas, ¿se acuerda que le dije que eran re buenas? —suspiró.

Natalia lo miró y negó con la cabeza riendo.

—Ay, Chente —lo miró con una sonrisa y él no apartaba la mirada de su boca—. ¿Qué voy a hacer con usted?

Vicente estaba perdido en su sonrisa. Vaya, que bonita era. Sus ojos eran dos estrellas alumbrando el camino en la noche oscura. Sus labios parecían suaves, lo que daría por comprobar si se sentían como se veían. Su sonrisa transmitía paz. Pero él en ese momento quería besarla y, definitivamente, si se atrevía a hacerlo, desencadenaría algo muy lejos de la paz.

Trató de responderle algo, pero se había olvidado por completo de lo que estaban diciendo, él solo podía verla, admirarla, contemplar cada rasgo de su inmaculado rostro. Era preciosa. De esas mujeres preciosas físicamente, pero que su alma se reflejaba a través de ella, de su aura y llegaba a lo físico y eso era lo que lo mantenía atrapado a ella, doblegando en totalidad su fuerza de voluntad. Dios, ¿qué le estaba haciendo aquella mujer?

—¿Chente?

Le volvió a preguntar. Ese hombre la miraba como si ella fuese la octava maravilla del mundo. Y eso la confundía de sobremanera. Ella que estaba rota por dentro a causa de la traición de su ex esposo y él por su esposa fallecida. Ambos estaban dolidos. Sufriendo un duelo. Sin embargo, algo sentía cuando la miraba así, como si quisiese decirle algo, como si se perdiera en ella.

No, no podía ser. Estaba confundida. Veía cosas donde no las había. Estaba alucinando, sí, eso era. Las noches de insomnio le estaban afectando ya. Apartó esos pensamientos y se centró en la respuesta de Vicente.

—Perdone, ¿qué dice? —se sintió ridículo, ella había estado hablándole y él solo se la estaba comiendo con la mirada. ¡Idiota!

—Le preguntaba si quiere que se la prepare. No es tan difícil —le sonrió una vez más.

—Oh, no, no. De ninguna manera, Natalia, ha de estar usted bien ocupada, no quiero molestar. Ya después la hago yo más tarde con mi hijo.

—Chente —rodeó la mesa que los separaba y se acercó a él—, usted no me molesta en absoluto. Déjeme preparla, es sencillo.

Perdió la respiración al tenerla tan cerca de él. Podía verle mejor. Podía acortar la distancia y besarla en ese mismo momento. Podía hacer mil cosas, pero no debía. No, claro que no.

Mi Destino Es Amarte | VinaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora