4.

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— ¿Estás bien, mamá? —preguntó Regina al ver a su mamá completamente ajena a lo que estaba sucediendo a su alrededor. Había llegado de la prepa y ella no había ni levantado la cabeza para saludarla y preguntarle cómo le había ido, como siempre hacía.

Natalia dejó el libro de recetas que había estado leyendo y centró toda su atención a su hija.

— Sí, mi amor —le sonrió—. ¿Por qué preguntas?

—Ayer estabas contenta y ahora estás... rara —arrugó la nariz.

Natalia miró a su hija y se vio a sí misma, preocupada siempre por los demás, pero más en las personas que quería.

Se levantó con una sonrisa trémula y la tomó en sus brazos, dándole un beso en la coronilla de su cabeza para luego descansar su mentón sobre la misma. Dudó si debía contarle en ese mismo momento su amor por Vicente, de hecho, sabía que tenía que hacerlo, pero, por primera vez, decirle algo a su hija le dio miedo. Pero aquella era Regina, su hija de 14 años comprensiva, dulce y amable que siempre le había mostrado su apoyo y, tal vez, esta vez sería de la misma forma.

O no.

—Regi —dijo después de unos segundos debatiéndose internamente, se separó de ella lo justo para mirarla a los ojos, pero sin dejar de abrazarla—, tengo algo que contarte —se mordió el labio inferior nerviosa. Regina la miró expectante, esperando. Natalia tomó un profundo respiro—. Yo... —empezó a decir insegura—... yo me... —rodó los ojos, impaciente consigo misma.

Regina sonrió comprensiva.

—Veo que es algo que te está costando decirme, mamá —soltó una risilla.

Natalia suspiró y rió nerviosa.

—Lo es. A ver, mi amor, es algo sencillo, en realidad, pero no sé cómo lo vayas a tomar —la sonrisa de Regina se desvaneció y frunció el ceño.

—Mamá, dime qué es, me estás asustando —gesticuló despacio.

Natalia miró el rostro de Regina en total confusión y se odió a sí misma. No iba a ser fácil decirle eso, sin embargo, sabía que no había nada de malo en volverse a enamorar.

—Estoy enamorada —soltó, sin más—. De Vicente —agregó.

Regina la soltó, como si le hubiese dado una bofetada y dio un paso atrás, tratando de asimilar la noticia que su mamá le había dado. No se lo esperaba, estaba segura que su mamá no quería volver a enamorarse, ¿quién querría después de lo que había pasado con su padre? Por eso estaba confundida.

—¿No es muy pronto volverse a enamorar? —logró preguntar, sin reproche alguno en su voz.

—El amor no conoce de tiempo —solo dijo Natalia.

—Mamá —resopló—, no me vengas con esas frases clichés y cursis. Es imposible volverte a enamorar tan pronto y confiar en un hombre después de lo que te hizo Adrián Cantú —espetó.

—Pero es la verdad, Regina —dio un paso a ella y, al ver que ella no retrocedió, acortó la distancia y posó las manos en sus hombros—. No lo busqué, bien sabes que entre él y yo habían más discusiones que buenos ratos. Sabes que me enfoqué en salir adelante por ti y tu hermana. No es algo que... —se interrumpió, no sabiendo exactamente qué decir para que su hija menor entendiera su punto.

—No entiendo —susurró Regina mirando el suelo—, no entiendo cómo puedes volver a confiar en un hombre —levantó la cabeza y clavó sus ojos verdes claros en los ojos verde olivo de su mamá.

Natalia miró su alma a través de ellos y pudo ver el profundo miedo e inseguridad que el abandono de su padre le había dejado a su hija pequeña. Entendió que su renuencia no era contra Vicente, era en contra de los hombres en general. La comprendía, sabía que su hija no confiaría fácilmente en ningún hombre, por más bueno que fuese, porque su papá, el ser humano que se suponía debía amarla y protegerla, la había traicionado y abandonado sin importarle el daño que estaba provocando.

Mi Destino Es Amarte | VinaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora