I. Una declaración de amor me tira de un árbol

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Dicen que todos los semidioses atraen a los monstruos. Pero, no creo que sea así para todos nosotros. Muchos héroes sólo ven lo que cubre la niebla hasta después de los quince, o incluso más. En mi caso, fue el año pasado, a los catorce.

Vivía en Manhattan, en la quinta avenida (5th Avenue), justo en frente de Central Park. Siempre me despertaba mirando al inmenso lago que se extendía por el centro del parque. Era un frío viernes de marzo, y sólo tenía que ir al instituto. Podía haber sido peor. El problema era que todos mis amigos estaban en un instituto distinto al mío. Esto era en parte culpa de mis padres, porque yo podría haber ido al mismo que mis amigos, pero como mi madre es profesora, ella y mi padre insistieron en que fuera al centro en el que ella trabajaba. Así que, los viernes por la tarde era el único momento en el que podía ver a mis mejores amigos: Emily y Josh.

En mi instituto, todos se reían de mí por ser la hija de Christine Anderson, la profesora de español y orientadora a tiempo parcial. Dejaron de reírse cuando probaron un poco de mi sarcasmo. Después de eso lo único que hacían era pasar de mí, pero no me importaba, lo único que debía hacer era esperar al viernes.

•∆•


—¡Ray!—La voz de Emily sonó por el telefonillo.

—¡Ya voy!—Respondí atando los cordones de los zapatos a la vez que bajaba por las escaleras. La voz de mi amiga se escuchaba ya sin necesidad del aparato.

—Rayleen Powers, como no estés aquí en menos de cin…—Abrí la puerta principal de golpe, y esperé mientras recuperaba el aliento. Emily me miraba fijamente: había estado a punto de estamparle la puerta en las narices.

Sin previo aviso, a las dos nos entró la risa. Su pelo rubio y ondulado le caía sobre los hombros, agitándose con cada carcajada. Sus ojos verdes habían empezado a llorar, algo que siempre le pasaba, por poco graciosa que fuera la situación. Aquel día llevaba un top negro, unos vaqueros anchos y unas converse blancas (un poco básica, pero le quedaba bastante bien). Era la típica que tenía a todos los chicos detrás.

Mientras avanzábamos hacia la casa de Josh, se nos fue agotando la risa. Después de un rato, Emily cortó el silencio:

—Eh… ¿Puedo pedirte un favor?—Preguntó con una seriedad impropia de ella.

—Mm, claro, ¿qué pasa?—Accedí, y ella se paró en seco.

—Me preguntaba si… Si en algún momento podrías... dejarnos solos a Josh y a mí...—Respondió, fantaseando mientras se balanceaba adelante y atrás, como atrapada en un sueño. Se recogió el pelo detrás de la oreja. ¿Tanto le gustaba?Me reí un poco:

—Ohhhh que bonitoooo.—Me dio un codazo de los fuertes.—¡Au! ¡Que sí hombre! ¡Si ya sabes cómo soy!—Sonrió, y, como dirían en sus historias esas de Wattpad, rodé los ojos.

—¡Gracias!—Me dio un abrazo, y se lo devolví.—Ahora vamos a buscarle.

Pasamos por el museo y torcimos a la derecha. Unos minutos después estábamos llamando al piso de Josh.

No sé cómo no le salió humo al botón de tanto pulsarle Emily.

—Relájate, seguro que ya sale.—Disimulé mi impaciencia intentando disminuir la suya.

—Pero, ¿y si no sale? ¡Con lo decidida que estaba de decírselo!—Me estampé la palma de la mano en la cara. Llamé otra vez.

—No seas tan dramática, anda—Llamé otra vez, pero no hubo respuesta.

La Constelación PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora