Capítulo 8

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Harry se dio prisa en abandonar la plaza del harén antes de que se hiciera de día. Nunca nadie le había visto permanecer tanto tiempo en una de las casas. Como soldado, no deseaba dar una razón a los curiosos para que pensaran que podía ser seducido a abandonar su deber por los placeres de la carne. Tenía la costumbre de ser parco en todo en nombre de la disciplina. Además, aunque fuera sólo para ahorrarle a Fleur el dolor, prefería irse antes de que se sentara a mirar por la ventana como acostumbraba; la había visto buscándole con la mirada cuando visitaba otras casas.

Puso cara de estar serio y pensativo, aunque lo que más deseaba era gritar triunfalmente desde los tejados. Con ninguna mujer que hubiera desflorado había sentido una sensación de conquista tan intensa como cuando había tomado a Draco.

Las reacciones del hermoso joven habían sido cándidas y genuinas, propias de alguien que no había experimentado las tiernas caricias de un amante. Estaba convencido de que había llegado puro al lecho. Tomar su virginidad y darle placer la misma noche le hacía sentirse orgulloso. Él, que era un amante consumado, le había acompañado en el primer paso de muchos otros con los que descubrirían juntos un universo de placeres inexplorados, y aquello le hacía sentir peligrosamente atrevido. Notaba el pene pesado y la descarga de adrenalina hacía que las posibilidades de darse un baño y desayunar parecieran aburridas.

Dirigió sus pasos hacia los establos. El encargado de las caballerizas no había llegado y los mozos de cuadra estaban todavía limpiando los compartimentos. Cuando le vieron, se quedaron con la boca abierta, tan desconcertados que ni siquiera se inclinaron. Normalmente, les habría reprendido bruscamente, pero estaba ansioso por alejarse de allí. Tenía muchas cosas en las que pensar. En lugar de urgir a uno de los aturdidos muchachos para que preparara las cosas, ensilló su caballo y se marchó al trote hasta las puertas de la ciudad.

Se alegró de ver que sus soldados estaban alerta montando guardia. Uno de ellos se adelantó inmediatamente para abrirle la puerta acompañando la acción con un saludo marcial. El estrépito de los cascos de su caballo sobre la piedra retumbaba contra los muros de las casas que se alineaban sin dejar muchos espacios a ambos lados de la calle. Sonrió al pensar en la posibilidad de que algún comerciante adormilado y de mal humor abriera la ventana para gritarle al pasar por la calle para después retirarse cuando viera que el responsable de tan temprano alboroto era el gobernador.

Enfiló su montura hacia el Este, hacia el sol naciente. En aquella dirección se encontraba una colina donde iba a menudo desde la que se veía la ciudad y la provincia que guardaba en nombre del emperador. Había momentos en los que un hombre necesitaba estar solo para poder pensar.

Cuando llegó a la cumbre de la colina más alta de la zona, desmontó y permitió a su caballo pastar en la hierba. El caballo estaba bien entrenado para la guerra; no se iría ni dejaría atrás a su jinete.

Miró hacia la fortaleza de su palacio y pudo distinguir la séptima casa de su harén, que se veía dorada bajo la luz del sol naciente. Se preguntó si Draco se habría despertado ya y si estaría pensando en él. Se rió con orgullo al pensar que ciertamente le había dado razón suficiente para recordarle, incluso si era sólo por el culo dolorido.

Hacía ya años que no tenía sexo más de una vez la misma noche y que esta vez hubieran sido tres era una razón de orgullo para él. Draco tenía algo que... Por supuesto, se había sometido a sus deseos de la forma más adecuada sin negarle nada de lo que le había pedido, pero había algo secreto e intrigante en él.

Harry tenía la cabeza llena con la novedad de hacerle el amor a un hombre, de notar la firmeza de los músculos en lugar de la blandura propia de una mujer, su resistencia sin importar lo fuertemente que le penetrara, el entusiasmo con el que respondía, la sorprendida gratitud por el placer que le había dado...

La concubina [DRARRY/HARCO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora