Capítulo 4

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Después de ayudar a la princesa Draco Malfoy a ponerse el manto, Remus Lupin abrió el paraguas y lo colocó sobre ella antes de iniciar la marcha alargando el brazo todo lo que pudo para asegurarse de que la cubría totalmente, aunque él mismo quedaba al descubierto por la diferencia de estatura.

Fleur vio alejarse a la pequeña comitiva hacia la séptima casa. Esperó junto a la ventana viendo crecer la oscuridad hasta que un sirviente se acercó bajo un paraguas con una antorcha encendida. Como siempre, contuvo el aliento deseando que el sirviente encendiera el farol de su puerta. Cuando se acercó a su casa y el farol empezó a brillar, se sintió rebosante de felicidad.

Aunque ya no compartían el lecho, Fleur se apresuró a subir para prepararse para la llegada de Harry. Después de ver el bonito qípáo que llevaba Draco, Fleur le ordenó a su sirviente que le trajera el mejor hànfú de su vestuario.

—¡Pero si no es día de fiesta ni el cumpleaños de vuestro esposo! —objetó la sirvienta.

—Haz lo que te digo, estúpida muchacha —soltó Fleur —. Y encuentra mis pendientes con colgantes de jade. Y vuelve a arreglarme el pelo. Mi señor me visita esta noche.

—Como deseéis, señora esposa. —La sirvienta esbozó una reverencia. Estaba claro que pensaba que las esperanzas de Fleur eran vanas.

Fleur decidió que haría que su sirvienta puliera los bronces al día siguiente para castigarla por su falta de respeto, pero no se rebajaría a discutir con ella en aquel momento. Aunque Draco era sin lugar a dudas la muchacha más encantadora que había visto jamás, Fleur y Harry compartían la comodidad y el respeto de una larga e íntima relación. Tendría que confiar en eso.

Cuando bajó para esperar a lo que deseara su señor, estaba ya empolvada y perfumada. Se había enrojecido los labios y pellizcado las mejillas para sonrojarlas, aunque no era consciente de cómo la anticipación de ver a su amor hacía brillar sus ojos. Fleur recordaba agradecida que había sido muy linda cuando era una muchacha, pero los años y dar a luz a sus hijos habían marcado arrugas en su agradable rostro y había redondeado la que en el pasado había sido una figura delgada. Alisó el vestido sobre las caderas, satisfecha de que al menos todavía no estuviera gorda. Aunque le gustaban mucho los dulces, los consumía con moderación porque deseaba ser grata a los ojos de su señor.

Recibió su recompensa cuando su esposo entró en la sala de estar y su rostro se iluminó al verla.

—Fleur, tan bonita como siempre. Me alegro de verte.

—Yo también, mi señor. —Se puso de rodillas y se inclinó.

—Tan formal después de tantos años... —bromeó Harry, y alargó la mano para ayudarla a levantarse. La besó en las mejillas y después en la boca—. Fleur. —Suspiró con satisfacción.

Se sentó en el diván y alargó las manos hacia el fuego.

—¿Todavía me encuentras bonita, Harry? —preguntó Fleur nerviosa.

—No podría encontrarte más que agradable a la vista. Eres la madre de mis hijos. Me has dado buenos hijos e hijas tan lindas como tú. —Harry la miró con expresión preocupada—. No tienes que temer la pérdida de mi estima, no importa el número de concubinas que se unan a esta casa.

—Echo de menos subir arriba contigo.

Harry se levantó y se acercó a ella. Limpió una lágrima de su mejilla y la rodeó con sus brazos.

—Yo también, pero sabes que no debemos.

—Valdría la pena morir por sentir tu cuerpo empujándome contra la cama una vez más –susurró Fleur, y se pegó a él.

La concubina [DRARRY/HARCO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora