PARTE I

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El elegante y soberbio Alastor, el demonio de la radio, caminaba despacio por los largos pasillos del hotel Hazbin. Estaba oscuro y silencioso. Era una calma tensa, escalofriante. Entre las paredes forradas con papel morado y las lámparas de lágrimas de cristal, sus zapatillas de piel hacían crujir la madera del suelo. Abrió la puerta, de madera blanca, sus ojos rojos resplandecieron en el picaporte. La bisagra chirrió al entrar. Arrugó la nariz.

El dormitorio estaba tan oscuro como el pasillo. Entró silbando una alegre canción, despreocupado. Se acomodó junto al tocador y se quitó los guantes, arrastrando los dedos uno a uno.

—Sé que estás ahí —se aflojó el nudo de la pajarita.

Su extraña voz, de locutor de radio, no mostraba preocupación alguna. Miró de reojo por encima del hombro a la oscura habitación. Sonrió.

—Te he olido desde el pasillo.

Desde el espejo, vio como una sombra se abalanzaba sobre él. De repente, tenía una hoja afilada rozándole el cuello. Tragó saliva. Conocía las runas talladas en el filo. Pero en ningún momento dejó de sonreír. A través del reflejo, vio a la chica: era joven y esbelta. Tenía el pelo castaño, pero tan claro que casi parecía rubio. Corto y lacio, a la altura de los hombros. la cara pálida y redonda y la boca pequeña y carnosa. Vestía con vaqueros, cazadora militar y una camiseta de rayas. Pero lo que más le llamó la atención fueron sus ojos. Ese color verde le resultaba extrañamente familiar.

Alastor sonreía, mostrando todos los dientes.

Alastor sonreía, mostrando todos los dientes

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EL PACTO DE ALASTORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora