CAPÍTULO 4

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Newark había sido un gran desafío para Lucy. Hoy en día tenía catorce años de edad y se encontraba ahora mismo en la casa de Daniel, su nuevo amigo.

— ¿Te digo la verdad? No entiendo absolutamente nada. — dijo Kreese golpeando su cabeza con la mesa de Larusso.

Él sonrió divertido mientras servía dos tazones de cereales con leche y dos vasos de yogurt de frutilla.

— Tranquila, ahí voy y te explico. — la adolescente que ahora no tenía su cabello morocho, sino que éste se había aclarado demasiado; bufó.

Daniel se sentó a su lado y le acercó lo que había preparado para ambos.
Comenzó a explicarle a su amiga lo que no entendía de matemáticas. Así hasta que entendió y terminó su tarea.

— ¿Tienes algo que hacer hoy? — preguntó Lucy con una sonrisa y guardando sus útiles escolares en la mochila.

— Para ti, siempre estoy libre. — respondió el niño de tez morena con una sonrisa.

Lucy rodó los ojos por su acto egocéntrico y rió.

— Bueno. Te invito al cine a las ocho y luego vamos al parque de diversiones.— habló la adolescente de contextura delgada.

— Listo, anotado. — hizo Daniel como si anotara algo en una libreta invisible, lo que ocasionó la risa de la chica.

Lucy le dio un beso en la mejilla, agradeció por la ayuda en sus tareas y la merienda. Se despidió de la señora Larusso y se fue a su casa que quedaba a dos cuadras de dónde se encontraba.

 Se despidió de la señora Larusso y se fue a su casa que quedaba a dos cuadras de dónde se encontraba

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— ¡Mami! Ya llegué a casa. — gritó sin importancia mientras dejaba tirada su mochila en una esquina.

No recibió respuesta de su madre y le pareció extraño. Ella siempre estaba en casa al horario que llegaba de la casa de Daniel. Tal vez había ido al supermercado sin dejar alguna nota.

Caminó hasta la sala y tomó el control de la televisión, lo encendió. Estaba sola y se aburriría, se haría unos panqueques con chocolate derretido y miel. Tomó el tazón que se encontraba sucio que lo había dejado horas atrás, le pareció extraño que mamá no lo haya lavado. Se encaminó a la cocina, que quedaba al final de la casa, ésta era muy grande y cuándo llegó, sus ojos no podían creer lo que estaba viendo. El tazón cayó de sus manos para estrellarse contra el frío suelo. Sus mejillas se habían vuelto rojas y las lágrimas no tardaron en caer.

— Pa... Papi. — fue su única palabra.

Éste le sonrió junto a su madre. Y abrió sus brazos anchos y lleno de tatuajes. Ella corrió a su abrazo protector. Y pudo sentirse a salvo otra vez. No paraba de llorar.

— Oh mi Lucecita. — habló John acariciando su cabello que ahora se encontraba más largo de lo normal.

— Te extrañé demasiado. — sollozó en el cuello de su padre. Éste no aguantó e hizo lo mismo. Se sentía destrozado que no haya podido pasar más tiempo de su infancia junto a Lucy.

— Estás hecha una señorita. Estás muy hermosa, mi niña. — se separó para decirle aquellas palabras. Secó sus lágrimas y las de su hija. — Siempre estuviste aquí. — tocó su pecho.

— ¿Por qué no respondías mis cartas?— preguntó más calmada y quitando el resto de lágrimas en sus mejillas. — Fueron siete años, pa.  — habló.

— Lo sé. Sé que fue mucho tiempo, pero fue por algo que pasó y cuando sea el momento te lo diré, ¿sí? — se excusó. Ella asintió.

— No te irás de nuevo, ¿verdad? — preguntó haciendo un pequeño puchero, lloraría de nuevo.

— Jamás. No las dejaré nunca más. — abrazó a su madre y a Lucy para luego darles un beso a ambas mujeres de su vida.

COBRA KAI |Johnny Lawrence| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora