El señor MiyaGi los había encontrado en medio de la carretera, debían de dar toda la vuelta al descampado para poder llegar a los departamentos de Daniel. Los montó a ambos en el auto, el morocho estaba inconsciente y de a ratos se despertaba.
Ahora mismo se encontraban los tres en la casa del señor asiático.— Que olor horrible. — dijo con la voz entrecortada mientras quitaba el trapo oloroso de su frente. Aquél hombre se lo volvió a colocar y Lucy lo tiró hacia atrás para que siguiera estando recostado. Éste hizo caso.
— Siento mucho lo que pasó hace un rato. — se disculpó Lucy apenada. Daniel la miró y le sonrió.
— No te preocupes, supongo que lo tenía bien merecido. — intentó levantarse nuevamente y le dolieron las costillas.
MiyaGi lo detuvo y comenzó a remojar más aquél trapo hediondo. Ambos chicos hicieron cara de disgusto cuando lo remojó.
— ¿Para que sirve? — preguntó Daniel mirándolo. — Siento no haberle agradecido. De verdad que muchas gracias por lo que está haciendo por mi. — dijo el morocho un poco apenado. El señor asiático sonrió y asintió.
— Yo curarte, Daniel San. Yo protegerte. — respondió con otra sonrisa. Ambos chicos le copiaron el gesto.
Luego de haberlo cuidado, el señor MiyaGi llevó al muchacho al departamento; ya que no podía mantenerse en pie. Al dejarlo, tomó su auto y dejó a Lucy en su casa.
Era el día siguiente y a Lucy le dolía los nudillos. Se levantó de la cama con fatiga y se dispuso a darse una ducha fresca. Kreese quería que su hija fuese al Dojo a ayudarle acomodar algunas cosas.
Luego de unos minutos, bajó hacia la cocina, pero una conversación hizo que la descolocara.
— Ya te he dicho que si abres la boca, terminaré contigo. — fueron las palabras de su padre.
— ¿Ah sí? ¿Lo harás, cómo lo hiciste con la madre de Lucy? — preguntó su madre entredientes.
Los pelos de los brazos de la castaña se habían puesto en punta, su pecho comenzó a inflarse y a buscar oxígeno que por alguna extraña razón; éste no lo recibía. Salió detrás de la pared que separaba la cocina con la sala y vio ambos padres discutir en voz baja. Al divisar a Lucy, hicieron cómo que nada pasaba.
— ¿Mi madre? — preguntó confundida y con la voz temblorosa.
— Cariño, ¿qué fue lo que escuchaste? — respondió su "madre" con nervios, mientras miraba a Kreese.
— Quiero que me digan la verdad. — dijo con seriedad, pero a la vez sentía que su corazón dejaría de latir. — ¿Mi madre? ¿Tú no eres mi madre? — preguntó con nervios.
A la mujer se le llenaron los ojos de lágrimas y rompió en llanto. Kreese aún no respondía, no quería o tal vez; no podía.
— Lo siento tanto, Lucila. — fueron las palabras que salieron de sus labios con maquillaje.
Lucy pudo sentir cómo su mundo se caía. Aún no entendía muy bien todo lo que estaba pasando. Había besado a Johnny en la fiesta, pudo sentir aquél amor nuevamente, pero cómo siempre tuvo que cagar toda la situación. Le rompieron la cara a Daniel entre cinco y lo defendió, ahora mismo se acababa de enterar que Margaret no era su madre.
Podía sentir la voz de cada padre, pero no le prestaba atención a ninguno. Sus voces se escuchaban muy lejanas y nublosas. Salió de casa; dejándolos completamente solos a ambos.
Corrió, corrió muy rápido y un Johnny limpiando su motocicleta la vio, le gritó su nombre al verle el rostro lleno de lágrimas, pero ésta siguió corriendo sin darle una pizca de atención.
Se acercó a la playa, se acostó en la arena y miró el cielo. ¿Por qué le pasaba todo ésto?
Una motocicleta se oyó y Lucy simplemente suspiró con sus ojos cerrados, no quería escucharlo, pero tampoco quería moverse de la posición en la que se encontraba.
— Lucy. ¿Estás bien? — preguntó un Johnny agitado mientras se encontraba parado a su lado.
Las mejillas de Lucila estaban rojas, mojadas y algunos cabellos estaban pegados a éstos. Sus pestañas largas y oscuras, estaban mojadas también. Quería volver a llorar, pero no quería verse débil delante del rubio. Otra vez.
— ¿Te raspaste nuevamente la rodilla? — preguntó divertido para hacerla reír. Pero no causó nada en ella.
Abrió sus ojos y pudo verlo. Cabellos rubios, ése cabello que la había enamorado de pequeña, ése cabello que estaba más cuidado y sedoso que el de la castaña. Sus ojos estaban tan azules, que podía comparar el color con aquél cielo despejado. Sus lágrimas volvieron a aparecer nuevamente y rompió en llanto; se tapó el rostro.
— Oh, Lucy. ¿Qué ocurre? — se tiró a la arena y la contuvo. Ella sin pensarlo dos veces, se apoyó en su cuello y siguió llorando.
— Todo está mal. Toda mi vida está mal. — decía con un nudo en la garganta, que por más que llorara, éste no se calmaba.
— ¿Por qué dices éso? — preguntó mientras sobaba su espalda.
Lucy se despegó de él, sorbió su nariz y se quitó las lágrimas de sus ojos color avellana.
— Acabo de enterarme que no tengo mamá. — dijo y su voz se quebró.
— ¿Qué? — dijo haciendo una mueca de confusión. — ¿Y la señora Margarita? — preguntó.
— Es mi madrastra. Todo éste tiempo me mintieron. — lloró en su pecho. Johnny no dejaría que pasara por ésta situación sola.
— Tranquila, nena. Todo estará bien, no pasarás ésto sola. Yo estaré aquí. — le dijo en susurro. Ella se despegó lentamente.
— Aún sigo molesta contigo. — le dijo haciendo un puchero. Éste le quitó las lágrimas de su mejilla.
— No me interesa, ya no me iré de tu lado, Lucy. — fueron sus palabras.
Se colocó de pie y le estiró las manos a la castaña, ésta las tomó y Johnny la levantó delicadamente.
— Te invito a Smashburguer. — dijo tomando sus manos y ella sonrió. — Sé que ésta flaquita es fanática de la hamburguesa. — terminó mientras tocaba con la punta de sus dedos en el estómago de la chica; haciendo que ésta riera.
— Sabes cómo conquistarme. — dijo mientras sorbía su nariz nuevamente. Miró el cielo y suspiró.
— Vamos, prometo que la pasarás bien. — dijo con una sonrisa.
— Está bien. — aceptó la mano estirada de Johnny nuevamente y entrelazó sus dedos. — Me gusta tu ojo morado. — dijo entre risas mientras caminaban hacia la motocicleta.
Johnny la fulminó con la mirada al recordar que ella fue quién se lo dejó así.
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COBRA KAI |Johnny Lawrence|
FanficEs triste pensar que las personas que más amas, son las que más te mienten y lastiman. Pero la vida es así. Kreese le enseñaba a su hija lo que son las primeras decepciones de la vida. Siempre había que golpear primero, golpear fuerte y sin pieda...