III: Privacidad de espacios

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   (...) Saber esperar, es ponerle
semáforos al universo (...)
Fragmento extraído del libro
Las Almas de Brandon;
propio de César Brandon Ndjocu. 

     Le rodeaba una habitación desconocida, y la adolescente asoció aquellas cuatro paredes con las mismas que iban merodeando su monótona vida. Todos los días escuchaba discutir a sus padres una y otra vez, incesantemente. Ya poco le servía ignorar la situación, encerrarse en su dormitorio o cubrir sus oídos, pues parece ser que los gritos aprendieron a atravesar cualquier barrera expuesta.

     Aquel día Alicia tenía enfrente una mesa fría y una persona ignota que decía ser "de suma confianza", persona a la cual debía narrarle toda la situación desde su punto de vista, para que de una forma u otra ella pudiese comprenderla.

     Aquella mujer (porque es válido destacar que su acompañante era una mujer); una abogada en toda la entereza de la palabra, le cuestionó el pensamiento con una interrogante en la que todavía no había pensado... O quizás, una en la que todavía no quería pensar.

     —Sé que es una elección difícil y que incluso podría parecer bastante tonta, pero si yo te preguntara con cuál de los dos quisieras quedarte, ¿tú qué me dirías, Alicia?

     —Pregunte primero, abogada.

     La abogada sonrió.

     —¿Con cuál de los dos quisieras quedarte?

     Lógicamente, Alicia estaba ganando tiempo porque no sabía qué responder.  Cualquiera que fuese su decisión iba a causar alguna discordia, porque aunque estuviese bien con uno, el otro estaría pasándolo mal (o al menos, así lo entendía ella).

     —Con los dos —atinó a decir por fin.

     —Entiendo... Pero si tuvieras que elegir a uno de los dos, ¿cuál sería? ¿Tu madre o tu padre? —Alicia la examinaba de reojo— Es sólo una suposición, Alicia, no te preocupes.

     —¿Qué pasa si no elijo a ninguno?

     —Tu custodiodia legal recae en manos de tu madre. Yo sólo quiero contar contar con tu opinión ¿Con quién quisieras quedarte?

     La adolescente estuvo recordando su infancia durante unos cuantos segundos... Y ahí, en una de las habitaciones más insípidas que había descubierto a lo largo de su existencia, deseo ser niña otra vez, porque la vida es mucho más llevadera cuando no se entienden ciertas cosas.

     —¿Le puedo decir cómo veo yo la situación, abogada?

     —Claro —autorizó la mujer, apoyando el mentón sobre la palma de su mano derecha.

     —Con papá todo es diversión; el tiempo se nos va en risas porque es muy gracioso... Aunque también sabe notar cuándo necesito un abrazo, y sin pedírselo me extiende sus manos para liberarme en ellas. Pero mi padre es un poco sobreprotector, y yo sé que precisamente porque me quiere, jamás permitiría que me hicieran daño. Es que papá intenta evitarme dolores y sufrimientos que tarde l temprano tendré que soportar. Ya sé que todo lo hace por mi bien, pero al final termina lastimándome de primero... Pero créame que después de vivir todo esto —señaló, con indiferencia rayana en el desaire—, ya no me importa nada.

     —¿Cómo así? —interpeló su interlocutora.

     —Nuestra comunicación ha mejorado mucho en ese sentido; él comprende que estoy creciendo y me lo hace saber. Que como es lógico —Alicia se recargó en su silla—, ha vivido más que yo y tiene mucha más experiencia.

[Antología de Vidas] Volumen I: Cosas del corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora