Capítulo I: no sé hablar francés.

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El soundtrack de esa mañana era el pedalear de las bicicletas y las aves que cantaban animadamente

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El soundtrack de esa mañana era el pedalear de las bicicletas y las aves que cantaban animadamente. El sol ya se encontraba en el cielo, a pesar de que eran las 7:30 de la mañana. Yo adoraba las mañanas de primavera, pero Damián no tanto. A él le irritaban levemente los pájaros, el tener que estar despierto a esta hora y verse obligado a pedalear para ir al colegio, aunque viviéramos a solo diez cuadras. Hice un zigzag para molestarlo, Damián fastidiado era divertido de ver, siempre y cuando no llegue a enojarse, pero eso no sucedía seguido. En lo único que le daba la razón era en lo difícil que era pedalear con los pantalones rígidos del uniforme del colegio.

—Un mes y no voy a volver a pedalear en toda mi vida —bufó él, con el dramatismo que la mañana ameritaba.

—Nada te garantiza que tus padres te dejen usar el auto apenas saques tu licencia, menos para venir todos los días a la escuela —comenté, aunque sabía que probablemente se lo fuesen a dar, pues así eran sus padres.

—Nos quedará solo un mes.

Iba al colegio en bicicleta con Damián desde los diez años aproximadamente, cuando mi abuela me dejó hacerlo con una única condición; que no fuera solo. Así que, como en la mitad de situaciones de mi vida, lo arrastré conmigo. Vivíamos en una ciudad muy pequeña, todos los niños iban a la escuela en bicicleta solos, pero así era Abi, me dejaba hacer lo quería, pero bajo sus condiciones. Yo lo disfrutaba, pero sabía que mi amigo lo hacía exclusivamente porque era la condición de mi abuela había puesto para que yo lo haga, y luego se nos hizo costumbre. Y allí estábamos, a casi dos meses de terminar la escuela. Había mañanas en las que hablábamos más, bueno, en realidad, yo hablaba más, él se limitaba a contestar. Sé muy bien que él podría estar en silencio hasta las diez de la mañana sin ningún problema, odia madrugar y nunca está de humor.

Apenas llegamos al colegio, hizo lo mismo de siempre; ató su bicicleta con seguro al bicicletero.

—Sabes que no te van a robar aquí —comenté para molestarlo mientras lo esperaba para entrar.

—Un día, Ben, vamos a salir de este edificio del demonio, y vas a ver mi bicicleta impoluta en su lugar y ¿Dónde estará la tuya? No sabremos, porque nunca en tu puta vida le pusiste seguro —me contestó atravesando la entrada y el pasillo principal.

Me reí, él también sonrió.

—Esperemos que ya tengas tu licencia, entonces.

—Sí, para tener el gusto de verte venir caminando desde la comodidad de mi auto —dijo sonriente sentándose en su pupitre.

Nuestra escuela era un poco exigente en relación con la conducta en clase, hacía muchos años que no nos dejaban sentarnos de a pares, tampoco hablar mucho en clase ni cambiarnos de lugar a lo largo del año escolar. Yo me sentaba con Damián de un lado y Ciro del otro desde primer año. Me gustaban las rutinas. 

—Pago por ver a Ben caminando —aportó Ciro también tomando su lugar.

Todos me decían Ben, algo que no era usual teniendo en cuenta que no vivíamos en yankilandia. La gracia de mi apodo es que Damián me lo puso de niños porque descubrió que el nombre de Ben-10 era efectivamente Benjamin. "Se escribe como el tuyo pero se dice con sh", solía decirme. No recordaba exactamente todo el proceso pero sabía que en algún punto se había acortado de Ben-10 a simplemente Ben. Mi nombre, como muchas cosas en mi vida, eran culpa suya.

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