11. Mujer sucia

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—¿Sabes? —le dijo Dylan mientras cerraba la puerta de la habitación de Mila a su espalda y ésta se tiraba a la cama como una bolsa de papas—. No era mucho pedir que me llamaras y me dijeras que te habías quedado con ese imbécil. Ya empezaba a pensar que te había cortado en pedacitos y convertido en comida de perro. ¿Están tonteando?

—No estoy tonteando con nadie.

—Por supuesto que no, sacando el hecho de que te estaba comiendo con la mirada y con su boca. ¡Te estaba por besar!

—¿Acaso te importa? —Volteó a verlo— No fue nada. Allí no pasó nada, Dylan.

—Vamos, Mila. Ni tú te lo crees. Se estaban por besar. Be-sar —repitió haciendo énfasis exageradamente.

—¡Pero si no lo iba a dejar! —le gritó Mila sin paciencia. «Mentirosa». Observó la gasa que tenía su amigo en la nariz por el golpe que le dio el amigo de Luke. Se sintió un poco culpable.

—Mila, ya en el primer día había follado con todo el instituto.

—¿Y tú como sabes eso? Además, que él haga lo que quiera.

—Pero lo que quiera lo iba a hacer contigo.

—Claro que no.

—¡Claro que sí!

Y así siguieron peleando a los gritos. Entendía el enojo de su amigo. Seguro creía que algo pasaba entre ellos y la verdad es que no podía culparlo: había tenido la prueba delante de sus ojos. Sintió otro poco de culpa, pero esta vez porque el chico que había estado por besarla no era el mismo que la había besado la última vez hacía casi dos años.

Mila se agarró la cabeza con ambas manos. Parecía a punto de estallarle. Observó a su amigo con mayor detenimiento. Con su rabieta, casi había pasado por alto el hecho de que llevara una gasa enorme en la nariz y que tenía un poco roja esa zona. «Dios Santo». Dylan le seguía gritando y ella no dudaba en responderle en un grito más fuerte. Juraría que sus gritos se escuchaban a una cuadra de distancia. Por eso, supuso Mila, apareció su madre en el marco de la puerta con un teléfono en la mano.

Sharna Cook era una mujer alta y esbelta, sin muchas curvas, y siempre vestida con su traje de secretaria. Su pelo castaño era igual al de Mila. Sus inquietantes y apagados ojos verdes se sentían helados y maltratados en su mirada, siempre con un ceño fruncido. Su hija había heredado los ojos negros de su padre.

Pudo notar en el cuello de su camisa una sutil gotita de vino, por lo que supo que había estado tomando en su despacho. Se le puso la piel de gallina.

—¿Qué está pasando aquí?

Los dos la miraron pero Mila al instante rehuyó a sus ojos, que cuando no estaban perdidos en el adormecimiento del alcohol, parecían estar analizando todo a su alrededor. Al acecho.

—Nada —murmuraron al unísono y se desparramaron cada uno a un lado de la habitación.

—¿Pueden bajar la voz? Por favor, estoy haciendo una llamada importante.

«Importante con tu jefe, ¿no?»

—Sí, señora Cook. Perdone.

Estaba a punto de irse, momento en el cual Mila aprovechó para formular con su boca un "Eres un imbécil" a Dylan, cuando su madre se volteó con el ceño más fruncido de lo común.

—¿Qué te ha pasado en la nariz, Dylan?

Mila se volvió a su amigo con una sonrisa.

—Sí, Dylan. ¿Qué te ha pasado?

Corazón Pálido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora