—Ya está, ya pasó todo.
Estaban acostados en la cama de Dylan, éste abrazando a Mila con fuerza, que parecía como si estuviera ausente. Nunca, de todos los años que la conocía, la había visto así, tan hecha polvo. Sabía que la muerte de su novio la había destrozado pero pensaba que lo había superado, que lo había aceptado, que estaba muerto y que nunca volvería a su lado. Recordaba que una vez le había dicho que esa era la última vez que se enamoraba de un chico y lo decía con tanta seguridad que Dylan por poco le cree.
Habían llegado a la casa de Dy hacía unos momentos y lo primero que dijo su amigo fue: "Café. Hay que preparar café".
Mila miraba al techo de su amigo como cuando eran pequeños y sonrió un poco al ver allí todavía las pegatinas de estrellas, naves espaciales, cabezas de extraterrestres y planetas que brillaban en la oscuridad. Recordaba cuando se quedaba a dormir en su casa y juntos, tomados de la mano, miraban ese mismo techo que les confería tranquilidad mientras hablaban sobre los últimos rumores. Dormían en la misma cama. Mila era pequeñita y escuálida a comparación con su amigo que siempre fue alto y delgado. A veces, dormían abrazados cuando hacía mucho frío o se escondían abajo de las mantas.
Como pudo, Mila se libró de los reconfortantes brazos de Dylan y se sentó con la espalda apoyada en el respaldo de la cama. Estiró el brazo hacia la mesa de noche y agarró su café. El aroma dulce y delicioso invadió sus fosas nasales y la invitó a probarlo. Se quemó la lengua.
—¿Mila?
No quiso responder. No quiso mirarlo a los ojos.
Sabía que si lo hacía él vería todo su interior, todo el dolor, el verdadero sufrimiento que nunca quiso mostrarle. Estaba segura que allí, en sus ojos, se encontraban las cicatrices que ella misma se hacía. Pensaba en el daño que le haría que él supiera lo que había estado pensando hace unos momentos.
En vez de responderle, suspiró.
—¿Es por él? —preguntó finalmente Dylan.
—Él —afirmó Mila.
Volvió a darle otro sorbo a su café, esta vez sin quemarse. Miró a su amigo, que tenía una mirada de compasión. Odiaba que la miren así.
—Mila, creo que ya es hora de que lo olvides —soltó Dylan—. Me duele más verte así a mí que a ti.
Mila hizo un intento de sonreír pero simplemente no pudo. Sus músculos no le obedecieron. Sólo estaba inmóvil con el café en sus manos, que deseaban un poco de calor.
—Lo intento pero no puedo. Dame tiempo.
—No, basta. Se acabó —Dylan se alejó de ella y la obligó a mirarlo, tomándola con fuerza de los hombros haciendo que, sin darse cuenta un poco de café se volcara en el edredón azul de su cama—. Has estado diciendo eso desde hace casi dos años, Mila. ¡Dos años! ¿No crees que ya es tiempo de dejarlo ir? —De un momento a otro, comenzaron a dolerle las piernas. Se había caído cuando cruzó la calle para dirigirse a la casa de su amigo. Y caerse es poco: pareció que habían dejado caer una bolsa de papas desde el primer piso de un edificio—. Sé que lo querías —Se apresuró a añadir. Lo que menos quería era que Mila se sintiera peor o poco comprendida—, y sé que se fue en uno de los peores momentos que atravesaste en toda tu vida, pero hay más hombres en el mundo que pueden hacerte tan feliz como él. No sigas arruinándote la vida por un accidente del cual nadie tuvo la culpa. Y que ey, si no cumpliera el rol de mejor amigo gay me hubiera enamorado de ti, lo juro eh —bromeó—. No sólo el pensaba que eres hermosa y que vales pena.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados. En realidad, no lo miraba a él, miraba la nada pero su cabeza maquinaba a mil por segundo hasta que el pensamiento que había encontrado descabellado hace unos segundos tomó forma y se decidió.
ESTÁS LEYENDO
Corazón Pálido ©
Novela Juvenil(+18) Lo que empezó siendo un encuentro casual, terminó convirtiéndose en una de las cosas más peligrosas de sus vidas. Mila y Luke no son tan diferentes como ellos piensan: ambos son retraídos, fueron criados por uno de sus padres, tienen el corazó...