10. Dudley's

653 42 15
                                    

Miraba aturdida la puerta.

Nunca había conocido otro lugar. Ahí la había llevado su padre todos los sábados a la mañana. Había crecido entre esas paredes adosadas comiendo los mejores panqueques del universo. Había jugado en la calle bajo la sombra de los pocos árboles que había en esa cuadra en verano y había improvisado trineos con las tapas de los cubos de basura en invierno con Dylan. En ese lugar, se sentó casi toda su familia por años.

Ahí había besado a Zac por primera vez.

Nunca se había imaginado volver allí desde la muerte de su padre y su novio, donde muchos recuerdos estaban aún vivos.

Luke se encontraba a su lado, mirándola, esperando su reacción. Se habían bajado de la moto, Mila con ayuda de Luke, y allí se había quedado, estancada en el suelo, en donde la había dejado, mirando el frente sin poder creérselo.

—¿Entramos o esperas que muramos de hipotermia?—le preguntó Luke, colocando una mano en su cintura con delicadeza mientras la guiaba hacia el interior del café.

«¡Sabe que no me traía buenos recuerdos! ¡Se lo dije y me trajo igual!».

Cuando pasaron por delante de la barra para sentarse en una mesa, un hombre de tez morocha, grande y con una barriga que le sobresalía, casi deja caer la cafetera encima de una señora al ver a Mila.

La miró boquiabierto antes de gritar:

—¡Mila Jane!

La aludida se giró, aún un poco aturdida por la situación, pero sabiendo perfectamente de quién era esa voz. No lo veía hace años, pero reconocería su voz en cualquier lugar.

Simon se acercaba a ella desesperado y la abrazó con fuerza, demostrando que la había extrañado mucho. Mila sintió sus huesos crujir bajo su potente agarre.

—Hola, Simon.

—¡Dios, Mila, hace años que no te veo! —le dijo separándose y mirándola de arriba a abajo—. Estás bastante guapa, aunque un poco delgada, y no has crecido nada. ¿Aunque eso desde cuando? No has crecido desde que tienes catorce —rio Simon, haciendo que la barriga se le mueva. «Vamos, estoy desnutrida, Simon. Ambos lo sabemos. No mientas».  Volvió la vista Luke, que estaba mirando en silencio— ¿Él es tu novio?

A Mila se le secó la boca. Ese comentario la había sacado de su anterior trance.

—¡Claro que no! —exclamó, escandalizada—. Sólo... es un amigo —Compuso una mueca—. Creo.

Simon comenzó a reír mientras los acompañaba a una mesa, al lado de la ventana, donde se podía ver toda la calle. Cuando les preguntó su pedido, dejó que el rubio lo hiciera primero.

—¿Y tú que quieres, Mila? —le preguntó Luke.

—Eh...

¿Qué podría pedir si no es lo de siempre? ¿Sino son esas riquísimas pastas con salsa y queso?

—Yo... supongo que lo de siempre —murmuró en un tono ligeramente interrogativo, mirando a Simon.

—¡Perfecto! No me he olvidado aún tu especial — Simon le guiñó un ojo—. ¿Para tomar?

—Una cerveza —dijo Luke, con voz serena.

—Un agua, por favor —pidió Mila, observando como Simon terminaba de anotar sus pedidos y se iba.

Miró por la ventana.

A pesar de estar oscureciendo, todavía había personas que pasaban por allí. La mayoría apurados, como si los estuviera corriendo un perro. Envidiaba a cada uno de ellos. Odiaba que sus vidas sean por seguro mejor que la suya. Odiaba que estén más felices que ella. ¿Qué tenían ellos para ser felices que ella no?

Corazón Pálido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora