1. Vida

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Escuché las risas tras de mí, yo subí la escaleras con impotencia e ira. Atravesé el pasillo de aquella odiada casa casi corriendo y entré en mi habitación cerrando la puerta de un portazo. Las ganas a gritar se hacían cada vez más fuertes al igual que las ganas de partirle la cara a cada uno de los idiotas que en la planta baja reían ante los comentarios hirientes que hacía mi padre sobre la mujer que una vez amó y sobre mi, su hija. Cerré la puerta con un golpe seco, abrí los roperos, saqué ropa y la amontone en la perfecta cama hecha por una sirvienta, sobre ella puse otros objetos con valor sentimental, los álbumes de fotos de mi madre, la carta de esta y de mi abuela entre otras cosas. Bajé la maleta que guardaba en lo alto del ropero y metí la ropa y algunos objetos, el resto de objetos los guardé en una mochila. Mis ojos comenzaron a picar por la necesidad de llorar, pero aguanté.

– Ivette...–dije con dificultad al escuchar como descolgaba la llamada.
– ¿qué pasó, por qué tu voz está así?
– ¿Me puedo quedar en tú casa hasta que solucione unos problemas?– pregunté aguantando las ganas de llorar, si algo tenía claro es que no iba a llorar en aquella casa del demonio.
– Claro que no  me importa pero... ¿Estás bien?
– Sí.–colgué dejándola con la palabra en la boca.

Salí de mi habitación en dirección al establo, una vez allí me despedí de mi preciada yegua a la que prometí que sacaría de allí. Volví en mis pasos hacía la salida de la mansión, sin pararme cuando me llamaban.

– Cariño, ¿ya te vas?–dijo una voz femenina con tono de burla– la fiesta apenas ha empezado, no hemos podido contarte la historia de cómo concebimos a tu nueva hermanita.

Salí de la casa bajo las risas de los presentes. La luz de las estrellas y la luna alumbran mi camino hasta la parada del bus, donde tomé el valor de volver a llamar a la única persona que me quedaba.

– Hola, ¿cómo estás pequeña?– esa pregunta fue el detonante de mis emociones, las lágrimas gruesas y calientes comenzaron a trazar caminos en mi rostro.– ¿dónde estás? Voy a ir a por ti.

–Ivette... Ella lo planeó todo.
–Esa zorra me daba mala espina, ya me estoy subiendo al coche.–dijo  preocupada por mí, podía escuchar como suspiraba con enfado y maldecía murmurando– no cuelgues hasta que llegué a donde estás tú, ¿vale, flor silvestre?
– En la parada. Estoy en la parada del bus.
– De acuerdo, ya voy para allí, no cuelgues. Cuéntame qué planeas hacer ahora.
– No sé... No sé que voy hacer.

Hasta que Ivette llegó me dio un par de ideas con la intención de distraerme, cosa que me hizo dejar de llorar hasta que la ví bajar del coche aparcado frente a mi. Se acercó a mí y me abrazó regalándome el calor de su cuerpo, al sentirlo un nudo en mi garganta se instaló y las lágrimas comenzaron a salir sin aviso. Le correspondi con un abrazo aún más fuerte buscando su protección y cariño, todo estará bien ahora empezaré una nueva vida, me repetía una y otra vez. Mi amiga me acompañó hasta el coche y comenzó el trayecto hasta su casa.

Atravesé la puerta de su piso siendo recibida por sus dos huskies quienes se restregaban en mi ropa en busca de caricias, acción que me hizo sonreír levemente. Estar con animales era como una medicina para mí, me hacían olvidar lo que estaba sucediendo con sus pequeñas acciones.

– ¿Tienes hambre?– pregunto desde la cocina buscando algo en la despensa.
– No tengo apetito.
– Me da igual vamos a comer.

Dicho esto sacó dos botes de fideos instantáneos. Calienta dos tazas de agua en el microondas y las echa junto a los sobres saborizantes en los vasos de fideos. Los puso en la mesa de sala donde me encontraba acariciando a una de las perritas, Nay. La perrita se bajó del sillón dejando espacio para que su dueña se sentara al lado mío con mi portátil en sus rodillas. Estiró su mano hacía los botes, me entregó uno y comenzamos a comer en silencio.

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