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EL SOL SE ASOMABA UNA VEZ MÁS, bañando el horizonte en un dorado resplandor, cautivando por completo a la Trovi más joven, como si fuera una especie de ritual sagrado. No importaba cuantas veces lo presenciara ni mucho menos los innumerables sermones que recibía por parte de su madre a causa de levantarse tan temprano en la mañana. Para Hana, recibir los primeros rayos del sol durante las mañanas eran un abrazo que purificaba su alma y le traía la paz que requería para sobrevivir un día más, y mucho más luego de aquella noticia.
Nunca había aspirado a ser el centro de atención en los círculos sociales, pero el peso de su linaje —hermana de la Emperatriz y de Kosair, además de ser una Trovi— convertía la palabra "tranquilidad" en un concepto casi inalcanzable. En cada amanecer, encontraba un refugio, una breve evasión de la vida pública que a menudo la envolvía en un tumulto de expectativas y responsabilidades.
Para su consuelo, su madre había decidido dejarle el día libre como compensación por el ardo esfuerzo que le había dedicado a las clases de finanzas. Era hábil con los números, pero, en ocasiones, su frustración la llevaba a desear sacarse los ojos y dárselos de comer a los perros, solo para quedar ciega y escapar así de la tortura de los libro de contabilidad. Su hermana era el único motivo por el cual se sobre exigía, su hermana Navier era su más grande ídolo y fuente de inspiración.
Y aunque sabía que la excusa de finanzas era más que obvia, su madre comprendía que Hana necesitaba ese tiempo para hablar con la Emperatriz y despejar su mente, aunque solo fuera por un día. Hana sabía que debía comprometerse pronto, la idea de contraer matrimonio —y mucho menos con alguien de origen extranjero— la llenaba de incertidumbre. No se sentía lista para dar ese paso, atrapada entre las expectativas de su familia y sus propios deseos.
No los despreciaba, pero no estaba lista para abandonar la belleza de Oriente.
El día, además de ser bonito, pintaba bien. Sería una mañana tranquila y libre de dolores de cabeza por no encontrar la joya ideal. Hana tenía planes de ir al palacio imperial, pero no tenía intención de hacer mucho más que disfrutar de una taza de té en la grata compañía de su amada madre y hermana.
Dudaría que recibiera una noticia más grave que la que había escuchado el día anterior. Con cada sorbo de té que imaginaba, se prometía que este día sería un oasis de paz, un respiro antes de enfrentar nuevamente las responsabilidades que la aguardaban.
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