Capítulo V: "Año 1327" (Parte 2).

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Abrí los ojos.

El día estaba templado. El sol, radiante. Mi ropa, seca. Me sentía como nueva, a pesar de no haber comido nada. Raro ¿No? Deberíamos estar famélicos por haber pasado tantas horas sin digerir nutrientes.

Pronto, aparecieron Jacinto y Ariel entre la arboleda. Cargaban con frutas en las manos.

Al final, fueron ellos quienes cumplieron la promesa de la comida, pensé.

—¿Dónde las hallaron? —en el bosque no parecía haber variedad de plantas más que pinos y arbustos—. ¡Quiero una!

—Mientras yo hacía guardia, Ariel salió a recorrer el bosque para buscar algo para comer, y mágicamente se topó con un árbol enorme de mandarinas, y me pidió que lo acompañase a recoger algunas. Usamos las herramientas para cortar las ramas más altas.

—Genial...

Me senté sobre el césped, y los chicos se colocaron a mi lado. Comimos tres mandarinas cada uno, y guardamos provisiones para el camino.

Sabían súper dulces ¡Nunca me había gustado tanto una fruta en toda mi vida!

—Creo que es hora de continuar. A lo mejor tenemos suerte, y termina apareciendo una Puerta Dorada.

—Vamos.

Ya era casi mediodía. Teníamos calor y sed, pero no queríamos detenernos. Debíamos buscar una aldea.

—El sol está fuerte —murmuró Ariel, secándose las gotas de sudor—. ¿Cómo hacía la gente de la edad media para vivir así?

—Vivían poco tiempo —expliqué—. Eran crueles e incivilizados, no tenían en cuenta a los niños, los hombres eran violentos y las mujeres, abusadas casi todos los días... Me alegra que hayamos evolucionado.

—¿Lo hicimos? —preguntó Jacinto.

—Mmm... —Ariel se frotó el mentón—. Nuestros padres se mandaron una cagada enorme y nosotros estamos aquí, expiando sus culpas. No sé si el mundo evolucionó tanto.

En más de una ocasión Ariel había hecho comentarios negativos. Debía ser un joven que cargaba con muchísimo dolor.

Mientras andábamos, creímos ver una especie de aldea a lo lejos.

—¡Vamos!

Justo cuando empezamos a aumentar la velocidad, vimos que un muro gigante estaba formándose alrededor de la villa. Los ladrillos se colocaban uno encima de otro como por arte de magia.

—¡NO! —exclamó Ariel.

Corrí tan rápido como pude, pero lo único que logré fue chocarme con el ahora inmenso y altísimo paredón.

Lo golpeé con ambos puños.

—¡Déjennos ir de acá! —grité, lastimándome las palmas...

Pero nada sucedió ¡Qué frustración!

—¡Chicos! —exclamó Jacinto.

En ese instante, un grupo de caníbales surgió detrás de nosotros. Eran silenciosos depredadores ¡No los habíamos oído!

Llevaban puestas los mismos harapos que el día anterior y cargaban hachas en sus manos.

Nosotros contábamos con las herramientas que nos habíamos robado, pero éramos tres adolescentes contra siete sujetos fornidos y musculosos.

Comelles.

"Comerlos", acababa de decir.

Ariel soltó las mandarinas y tomó una hoz. Jacinto ocupó dos martillos. Yo me puse a su lado, lista para preparar un escudo de defensa y también sosteniendo un cuchillo.

EL JUEGO MORTAL [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora