Astral.

1.1K 110 14
                                    


La semana pasó lentamente y llegó el día 25 de diciembre. La navidad en casa de los Martínez siempre se había celebrado en el salón de la casa en la que Alba había vivido toda su infancia y adolescencia. Y un poco la edad adulta. Todos los años, Rox preparaba un menú acorde a los gustos de toda la familia: a sus abuelos, que eran amantes de las sopas de marisco; su padre, que no dejaba de repetir todo el año que deseaba hincarle el diente a un solomillo a la pimienta en una salsa especial; su madre, más ligera, adoraba unos canelones de pimientos rojos con una bechamel secreta—ya que Rox no estaba programado para revelar esa receta—; Marina, siempre degustaba unas berenjenas con la misma bechamel; y en cuanto a ella, picaba un poco de lo que le apeteciera. Las cenas siempre estaban acompañadas por un vino dulzón, picoteos de paté, queso, jamón... Hubo excepciones algunos años, Alba lo recordaba muy bien, en los que su madre y su abuelo Felipe se ponían al frente de los fogones. Era la época en la que Rox todavía no se ocupaba siempre de la cocina.

Aquel año, 2110, era diferente. La cena de navidad, por primera vez desde que Alba tenía memoria, iba a romper la monotonía de los anteriores. Porque había otra silla en la mesa. La que ocupaba la chica del siglo XX, a su lado. La larga mesa, llena un año más por la familia, estaba repleta de comida, conversaciones cruzadas y muchas risas. Y Alba, dentro de lo hogareño de la estampa, se sentía algo fuera de lugar. Porque no creía pertenecer a aquel espacio físico.

A veces le ocurría. Desde que había salido del coma, su mente parecía estar en otro plano astral. Más bien, era como la primera vez que había saltado en el tiempo. Sentía el mismo revoltijo en el estómago, a veces se mareaba. Otras, un dolor en la parte posterior del cráneo la molestaba; era como un martilleo reiterado y que cada vez se repetía con más frecuencia. Un dolor que solo podía calmar con una pastilla recetada por la mismísima Eider.

La doctora le había dicho que era normal tener ese tipo de malestar, que era su cerebro habituándose de nuevo a estar rodeada de tantos estímulos tras estar un mes entero "durmiendo". Alba se tomaba la medicación siguiendo las instrucciones de su amiga: << tómalas solo cuando no puedas soportar el dolor, nunca más de tres al día >>. Si Eider se ponía seria, era tajante. Una cualidad que, como bromeaba Julia, iba en su ADN de médico.

Pero la peor sensación, que acompañaba en determinadas ocasiones a los mareos y al dolor de cabeza, era que se le nublara la vista.

—¿Estás bien?

Cerró los ojos, con fuerza, pestañeando lentamente. Por un segundo, la mesa parecía haberse desvanecido mientras sus ojos estaban posados en la olla de la sopa. El dolor de cabeza, empezaba a aparecer después de un día entero de tregua.

—Sí. ¿Me pasas la jarra de a... agua?

La preocupación de la punk no se desvaneció cuando la vio beber un largo trago de agua. Como si siguiera en su tiempo, buscó tímidamente su mano sobre la mesa y entrelazó sus dedos, sin dejar de buscar sus ojos. Alba le sonrió y apretó su mano intentando calmarla.

Era habitual que Natalia tuviera ese tipo de gestos discretos con ella. Como también era lógico sabiendo que venía de una década donde todavía era extraño y—desgraciadamente—no estaba demasiado bien visto el colectivo.

—¿De verdad? ¿No lo dices por no preocuparme? Si tenemos que irnos...

—Nat, estoy bien. Solo ha sido momentáneo. Ya se me ha pasado. Sigamos comiendo—dejó un beso en sus nudillos.

Ella no sentía la necesidad de ser reservada con muestras de afecto o amor. Había crecido en un ambiente completamente diferente al de su novia.

Aunque sí notó como se le acumulaba la sangre en las mejillas cuando cazó a su padre observándolas con una sonrisa de oreja a oreja. Se llevó la copa de licor sin alcohol a los labios, desviando su mirada del lugar que ocupaba Miguel Ángel, presidiendo la mesa. Tras él, se veían las luces artificiales que iluminaban el jardín. Su abuela María ocupaba el otro extremo de la mesa. El centro lo ocupaban, sin orden, los demás.

Big BangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora