44. Laberinto

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── ¡Hagamos un brindis por la felicidad y el éxito!

Minho salió embalado de la cocina, vibrando ante los aplausos y las carcajadas que estallaban a su alrededor y hacían eco en su mente. Todos esos sonidos llegaban a tocar su oído, pero no los escuchaba realmente, sino que pasaban desapercibidos como algo lejano e irreal. No había nada real en ese momento; ni las lágrimas desperdigadas, ni su rostro ardiéndole y temblándole de exasperación, ni la sangre hirviéndole en las venas, ni todo lo que veía.

Nada, absolutamente nada.

Subió las escaleras con todo el impulso que pudo y entró a su dormitorio, rebuscando su maleta negra detrás de su escritorio y lanzándola al suelo. Abrió su armario de un solo golpe y empezó a sacar todo lo que veía con rapidez, metiéndolo en la maleta con las manos temblorosas y con el corazón latiéndole hasta reventar por milésima vez. Se detuvo en seco cuando sus ojos se clavaron en su cama y no pudo hacer más que asfixiar un bramido y salir hacia las escaleras con la maleta prendida en su mano izquierda, mientras las lágrimas seguían cayendo.

No quería pensar, no quería recordar, no quería respirar; respirar y pensar le dolia.

Los sonidos de más chillidos y aplausos aplastantes se colaron por su oído y comenzó a dar desesperados pasos hacia adelante. Necesitaba estar a solas lo más antes posible, necesitaba estar solo, alejado de todo y de todos. Cruzó el pasillo hacia el fondo de su casa con estremecedora velocidad y empujó la puerta de la biblioteca, quedándose tieso al hacerlo.

Frente a sus ojos se encontraban velas esparcidas por el suelo, globos de diferentes formas en todas las paredes, un pastel con un montón de velas sobre una mesa y un cartel con letras enormes y coloridas.

Feliz Cumpleaños 24, Minho.

El corazón se le despedazó otra vez y las agujas calientes siguieron clavándosele con saña hasta hacer reventar cada uno de los pedazos que sobraban y prenderlos en llamas. Soltó la maleta y se derrumbó sobre el suelo, apretando los dientes. No podía tolerar un segundo más de eso, no podía soportarlo más. Que alguien lo ayudase, por el amor de Dios, que alguien viniese y lo ayudase. Que no podía más y era incapaz de soportarlo, que no podía ni quería más, que alguien viniese.

Las lágrimas siguiendo cayendo y sus mandíbulas crujieron con desesperación, quedándose inmóvil durante los minutos siguientes con sus ojos clavados en su anillo, enterrando las uñas en el suelo, chirriando y clamando bajito. Quería gritar con toda su alma, llorar cada palabra que callaba, pero la voz se le atoraba y no podía hacer nada más que escuchar el sonido de la aguja de su reloj y mirar el anillo alrededor de su dedo índice. Ni siquiera fue consciente de cuánto tiempo pasó ahí, echado contra la pared con las lágrimas cayendo, hasta que escuchó unos gritos llamándole y se vio en la calle oscura y ruidosa, siendo rodeado de varias personas.

── El chofer los llevará al aeropuerto y otro los recogerá allá para llevarlos al departamento. Yo estaré viajando mañana para pasarlo juntos, ¿sí, cielo?

Sintió cómo era empujado hasta el automóvil, le cerraban la puerta contra el oído y el motor se ponía en marcha. Cada una de las mentiras que había mencionado hace un par de horas atrás apareció en su mente y solo pudo volver a oprimir los labios. ¿Qué había hecho? ¿Qué mierda había hecho? Le había roto el corazón a la única persona en el mundo que le había amado y a la única que amaba y amaría. Porque así como podía ser la persona más ridícula y afectiva del mundo entero, podía ser el hijo de puta más grande y eso es precisamente lo que había sido. Justamente cuando había pensado que podía verdaderamente ser feliz y había vuelto a amar con toda su alma, tenía que suceder todo eso.

Hace veinticuatro horas atrás, había estado dispuesto a decirlo todo y enfrentarse contra el mundo entero para defender su felicidad y ahora se encontraba ahí, mirando la noche a través de la ventana, haciéndose mierda poco a poco.

inocencia pasional ✧ knowminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora