Sesión uno

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Verá, doctora, no es usted la primera psicóloga a la que voy desde que regresé. El idiota que merecomendó mi médico de cabecera justo cuando volví a casa, ése sí que era una auténtica joya… El tipo llegó incluso a fingir que no sabía quién era yo, pero eso no había quien se lo tragara, habría que ser ciego y sordo para no haberse enterado. ¡Pero si a la que me doy la vuelta, sale otro capullo con una cámara de entre los arbustos para sacarme la puñetera foto…! Pero ¿antes de toda esta mierda?Antes, la inmensa mayoría de la gente ni siquiera había oído hablar de la isla de Vancouver, con que mucho menos de Clayton Falls. Ahora, sólo tiene que mencionarle a alguien el nombre de la isla y le apuesto lo que quiera a que lo primero que saldrá de su boca será: «¿No fue ahí donde secuestraron aesa de la agencia inmobiliaria?».

Incluso la consulta del tipo era como para echar a correr: sofás de cuero negro, plantas de plástico, escritorio de cromo y cristal. A eso lo llamo yo hacer que tus pacientes se sientan cómodos,sí señor. Y naturalmente, todo estaba bien ordenado y colocado encima del escritorio. Los clientes eran lo único que tenía torcido en su maldita consulta, y si quiere que le dé mi opinión, a mí, alguien que necesita ordenar todo lo que tiene encima de la mesa pero que no se arregla los dientes me da mala espina, qué quiere que le diga…

Lo primero que hizo fue preguntarme por mi madre y luego se empeñó en convencerme para que pintase el color de mis sentimientos con lápices de cera en un bloc de dibujo. Cuando le dije que si me estaba tomando el pelo, me contestó que me resistía a exteriorizar mis sentimientos y que necesitaba «abrazar el proceso de curación». Bueno, pues a la mierda él y su proceso. Sólo duré dos sesiones.

Me pasaba la mayor parte del tiempo dudando entre matarlo a él o matarme yo.

Así que he tardado hasta diciembre —cuatro meses desde que volví a casa— para probar de nuevo con todo este rollo de la terapia. Ya casi hasta me había resignado a seguir así de jodida, pero la idea de vivir el resto de mi vida sintiéndome de esta manera… Lo que tenía escrito en su página web era gracioso, para ser psicóloga, y por su aspecto, parecía agradable… bonita dentadura, por cierto. Y lo que es aún mejor, detrás del nombre no lleva un montón de iniciales que sabe Dios qué significan.

No quiero al mejor ni al no va más en terapias psicológicas, eso sólo significa un ego más grande y una factura aún mayor. Ni siquiera me importa tener que conducir una hora y media para llegar hasta aquí; así salgo de Clayton Falls y, de momento, todavía no he encontrado ningún periodista escondido en el asiento de atrás de mi coche.

Pero no me malinterprete: que usted tenga aspecto de tierna abuelita —debería estar tricotando, y no tomando notas—, no significa que a mí me guste estar aquí, en absoluto. ¿Y dice usted que quiere que la llame Nadine? No estoy segura de a qué viene todo eso pero déjeme que lo adivine: me ha dicho su nombre de pila, así que ¿se supone que debo sentirme como si fuésemos amigas del alma y contarle cosas de las que no quiero acordarme, así que mucho menos hablar de ellas? Lo siento, pero no le pago para que sea mi amiga, así que si no le importa, seguiré llamándola «doctora».

Y ya que estamos aquí para lavar los trapos sucios, vamos a establecer algunas reglas básicas antes de empezar este viaje trepidante. Si vamos a hacer esto, tendremos que hacerlo a mi manera, y eso significa que no quiero oír una sola pregunta de su boca. Ni siquiera una preguntita inofensiva del tipo: «¿Cómo se sintió cuando…?». Le contaré la historia desde el principio, y cuando me interese oír qué es lo que tiene usted que decir, se lo haré saber, descuide.

Ah, y por si se lo está preguntando ahora mismo: no, no he sido siempre así de hija de puta.

                                                                             ***

Nadie Te  Encontrara *Niall Horan* Terminada *Donde viven las historias. Descúbrelo ahora