Sesión doce

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Hoy estoy que me llevan los demonios, doctora. Estoy que echo chispas, llena de rabia, dándole vueltas y más vueltas a todo, buscando respuestas, razones, algo sólido a lo que aferrarme, algo auténtico, pero justo cuando empiezo a creer que ya lo he conseguido, que ya puedo anotarme un tanto en la lista de cosas superadas en lugar de los traumas, resulta que aún estoy destrozada, rota por dentro, apaleada.


Pero eso seguramente usted ya lo sabía, ¿verdad? Al menos su consulta parece auténtica. Estanterías de madera auténtica, escritorio de madera auténtica, máscaras indígenas auténticas en la pared... Y aquí dentro puedo ser auténtica porque sé que no puede hablarle a la gente de mí, pero no sé si cuando queda con sus otros colegas psicólogos y se ponen a hablar de lo que sea que hablan los psicólogos, no sé si le vienen ganas de soltárselo... No, no me haga caso.


Olvide lo que acabo de decir, parece el tipo de persona que se metió en esta

profesión porque de verdad quiere ayudar a la gente.


Tal vez no pueda ayudarme a mí. Eso me entristece, pero no por mí. Me entristece por usted.


Debe de ser frustrante para cualquier terapeuta tener un paciente imposible de curar. Aquel primer psicólogo al que vi cuando regresé a Clayton Falls me dijo que no hay nadie que sea un caso perdido, pero a mí eso me suena a patraña. Creo que las personas pueden quedarse tan deshechas, tan rotas, que nunca llegarán a ser nada más que un pedazo de una persona entera.


Me pregunto cuándo le ocurrió al Animal. Cuál fue el momento decisivo, el momento en que alguien puso el tacón de su zapato en el suelo y nos aplastó a los dos, destrozó las vidas de ambos. ¿Fue cuando su verdadera madre lo abandonó? ¿Todavía habría sido recuperable si hubiese ido a

parar a una buena familia de acogida? Si su madre adoptiva no hubiese sido también una psicópata, ¿nunca habría matado a nadie ni me habría secuestrado a mí? ¿Le ocurriría cuando todavía estaba en el útero materno? ¿Llegó a tener siquiera una oportunidad? ¿Y yo? Estaba su lado animal, el tipo que me secuestró, me pegó, me violó, el sádico que me atormentaba, que me aterrorizaba.


Pero a veces, cuando estaba pensativo o contento o entusiasmado, cuando se le iluminaba el rostro, veía al hombre que podía haber sido. A lo mejor ese hombre habría formado una familia y le habría enseñado a su hija a montar en bicicleta y a hacer globos con forma de animales, ¿comprende? Joder, a lo mejor hasta podría haber sido médico y haberse dedicado a salvar

vidas... Después de dar a luz a mi hija, a veces hasta experimentaba sentimientos maternales hacia él, y en esos momentos fugaces, cuando veía su otro lado, sentía ganas de hablarle e intentar que entrara en razón.


Quería ayudarlo. Quería curarlo, incluso. Pero entonces me acordaba: era un niño pequeño delante de un campo de heno con un fósforo encendido en la mano, y no le hacía falta ninguna excusa para arrojarlo al suelo.

***

Justo después de que naciera la niña, el Animal me dio unos cuantos pañales de tela, un par de peleles, unas mantas, y durante una semana no me dirigió la palabra más que para decirme que hiciera algo; sólo me dejó permanecer un día de reposo posparto en la cama. Cuando me levanté aquel primer día, me mareé al fregar los platos y me dejó sentarme un rato, pero luego me hizo fregarlos todos otra vez porque el agua se había enfriado.

Nadie Te  Encontrara *Niall Horan* Terminada *Donde viven las historias. Descúbrelo ahora